Dos décadas después de debutar con Dos tontos muy tontos, una de las comedias claves de la década de los noventa y que encumbró a Jim Carrey, los hermanos Farrelly (Peter y Bobby), se rinden un homenaje y a sus personajes, con Dos tontos todavía más tontos.

 

¿Qué ha pasado en estos veinte años? En cuanto a los hermanos Farrelly, que están tan fuera del mapa cinematográfico, o estaban, como sus dos personajes del mundo, a pesar de haber filmado hace dos años la estupenda, aunque poco atendida y sobre todo machacada, Los tres chiflados. Pero lo cierto es que la atención de su cine se fue evaporando con la misma rapidez con la que había surgido en los noventa cuando tras, sobre todo, Algo pasa con Mary, se convirtieron en un referente de la comedia americana. Pero esta cambió, ¿recuerdan aquello de la llamada nueva comedia americana? Y, en ese contexto, más intelectualizado, o pretendidamente intelectualizado, la grosería y la obscenidad de su cine, su apuesta por una comedia sin miramientos, apostando por hacer sorna de la idiotez humana, fue perdiendo su lugar. También es cierto que sus películas se fueron consumiendo en la autocomplacencia. Y aun así, en 2007, rodaron Matrimonio convulsivo remake de la estupenda The Heartbreak Kid, realizada por Elaine May en 1972.

 

 

 

 

 

Este título de los Farrelly nos sirve para enlazar con Dos tontos todavía más tontos. Si en él veíamos como los directores, entre otras cosas, evidenciaban el envejecimiento de su actor principal, Ben Stiller, convirtiendo al final la película en una especie de retrato del actor, de lo que fue y de lo que era, también como cómico. En Dos tontos todavía más tontos sucede algo parecido, en este caso más acorde con la propia propuesta: han pasado veinte años y Harry y Lloyd, evidentemente, tienen más años. Son igual de tontos, pero en sus rostros, en sus arrugas y en sus cuerpos, el cambio es patente. Y, ahora, el contraste entre sus idioteces y su edad resulta mucho más llamativa, e incluso efectiva, que hace veinte años. Pero también resulta llamativa porque define a los dos actores en la actualidad. Carrey sigue siendo el cómico físico y gesticulante de siempre, pero ha perdido su lugar desde hace tiempo dentro de la comedia. Y en Jeff Daniels hacía tiempo que no recaíamos. Dos actores que recuperan dos papeles importantes en su carrera y, al hacerlo, buscan de nuevo su lugar.

 

 

En cualquier caso, lo que sigue inalterable es la apuesta de los Farrelly (aunque no firman el guion) por la comedia absurda y escatológica a partir de una premisa simple que se complica algo (no mucho, no pidamos demasiado) para crear un road movie absurda en la que importa más el impacto de los gags que la propia narración, la cual avanza como puede y con el único sentido del sinsentido. Y en ese viaje nos encontramos con gags muy conseguidos, inteligentes, absurdos, cuando no guarros y francamente incorrectos en algunos aspectos. Por supuesto, se produce una total ruptura entre el sentido narrativo y los gags, pues a los Farrelly les interesa el impacto individual de estos antes que su función dentro del conjunto. Esto hace de Dos tontos todavía más tontos una película desigual, más interesante por fragmentos que por su estructuración general, pero que consigue que, a pesar de su larga duración, el espectador mantenga la atención, siempre esperando a ver la siguiente situación aunque el contexto narrativo no tenga demasiada relevancia.

 

 

 

 

 

Una vez más, los Farrelly recuperan el humor físico y absurdo del slapstick (su extraño biopic sobre Los tres chiflados era de una coherencia enorme), jugando con el encuadre y con la profundidad de campo, llegando a establecer en varias ocasiones hasta dos o tres gags en una misma imagen, apostando por lo que viene a llamar la estética del desajuste. Pero también elaborando una narración paralela a lo que sucede mediante la expresividad y corporeidad de los actores, mostrando una realidad totalmente violentada por la actividad de dos idiotas que, en el fondo, no son más que dos niños en cuerpos de hombre, egoístas e irresponsables, sin conciencia de sus actos. En 1994 Harry y Lloyd ya se sumaron a esa lista de cómicos que, desde una postura totalmente irreverente con respecto a la sociedad, desde una libertad anárquica, contravenían las normas establecidas. Ahora, veinte años después, lo sigue haciendo, con sus guarrerías y sus salidas de tono, como dos completos idiotas.