Asomas al local, desde el fondo te rodea los sentidos la canción Cheek to cheek y los ojos se te quedan atrapados por una luz baja que se descuelga hasta la barra. El bar es profundo, cálido y sencillo. Los taburetes, redondos y acerados, y las mesas alineadas junto a la pared -que encastra varios ojos de buey prominentes- nos dibujan en la memoria aquellas cafeterías que modernizaron el Madrid de los años sesenta/setenta con las formas ideadas en la Norteamérica de los cuarenta/cincuenta.

Te llega un ruido ambiente soportable, pero cuando los oídos y las piernas son penetrados por The day of wine and roses, ya estás secuestrado por la feliz emoción del jazz clásico: necesitas con urgencia atrapar la carta.

Acabamos de entrar en El Ferry (Sandoval, 12, Madrid), la aventura que decidió interpretar el magnífico saxofonista Pepe Nieto hace tres o cuatro años en el centro de Madrid y que aún dura. En plena crisis, en esos años donde el sonido ambiente dominante era el de las persianas que cerraban, él adaptó levemente un antigua cafetería entelarañada, que abrió una noche de otoño con la música de The way you look tonight. Aquello es un trocito de Nueva York discreto y honesto en pleno Chamberí.

Tamizados por la exquisita sensibilidad de Pepe, se ha traído los lunch de los fines de semana de Manhattan, sus vegetales preferidos y casi desconocidos aquí: kale, bimbi (brócoli rabe), su carne Hanger Steak, sus combinados (Bloody Mary, Tequila Sunrise) y esa música que pronto alcanzará a ser eterna llamada jazz.

Diríamos que todo nos resulta conocido, sí, pero en el cine. Porque el kale es una verdura difícil, intensa y un punto áspera. Pero El Ferry la ha impuesto en la ensalada, que es uno de sus platos estrella, y en incursiones culinarias varias como croquetas o mezclada con polenta. Se pide en abundancia esa carne que aquí llamamos solomillo de carnicero y el tataki de atún es todo un beso.

El Ferry de fin de semana es una fiesta con su lunch, los combinados y el jazz en vivo, aunque a mi entender su autenticidad la encontramos en los menús baratos para la calidad y creatividad que salen de la cocina. Debe de estrujarse la mollera para que aflore tamaña oferta, y nadie sabe cómo aguanta sus costes, porque en las entrañas de ese delicado saxo que es este bar sesión, los caldos se hacen cociendo huesos y espinas, el aceite no se mezcla, el arroz no llega partido, se ven muy pocas latas y se aborrecen las pastas Gallo.

Pepe dice que su barco continúa singladura porque es un pragmático, que va al grano, a la base, a los fundamentos de la cocina; que en su casa no veremos adornos en los platos, ni perifollos, sino autenticidad. Y es cierto, pero su timidez y humildad –pese a ser artista- atenazan su lengua impidiéndole que aparezca siquiera un hilito de su extremada sensibilidad. Esta la descubrimos solo cuando, a petición del parroquiano, agarra el saxo tenor y se engolfa con una pieza de Gene Ammons o Sonny Rollins. Entonces no puede evitar que aparezca la verdadera voz de un músico que se pagó los estudios en Nueva York trabajando en las mejores (y también más bárbaras) cocinas del West End. La verdadera voz de Pepe Nieto es la que lanza al vuelo, nota a nota, a través del saxo, a golpes de corazón tremendos que escriben pentagramas cálidos y festivos en el aire.

Hace unos días me dije que cuando cae la tarde, un gin tonic y un rato de lectura en El Ferry sería una experiencia gratificante. Agarré La Conjura de los necios, de John K. Toole, que releo, y enfilé hasta el bar. Cuando mis ojos se deslizaban atrapados por la frase “Entorno a Levy Pants hay un bar en cada esquina, indicio de que en la zona los salarios son abismalmente bajos”, me desconcentra el súbito sonido del trombón Ove Larson; es que The Ferry Boopers se disponen a ensayar. Esta banda formada al calor de la aventura de Pepe Nieto, también es ya El Ferry.