Con la llegada de la primavera, las fresas comienzan a llenar los estantes de supermercados y mercados locales. Su sabor dulce, su aroma característico y su textura jugosa las convierten en una de las frutas más apreciadas de la temporada. Sin embargo, también son una de las más delicadas: se dañan con facilidad, se ablandan rápidamente y pueden estropearse en pocos días si no se manipulan y conservan correctamente.
Para disfrutar de su sabor durante más tiempo, conviene seguir algunos consejos prácticos que comienzan incluso antes de llegar a casa.
Elegir bien desde el primer momento
Una buena conservación empieza en el momento de la compra. Las fresas no maduran una vez recolectadas, por lo que es importante elegir aquellas que ya estén en su punto. Deben presentar un color rojo intenso y uniforme, sin zonas blancas o verdes, que indicarían falta de maduración. También hay que prestar atención a su aspecto general: deben estar firmes, sin manchas, sin moho y sin signos de golpes o aplastamientos.
La forma en que vienen envasadas también influye. Muchos supermercados utilizan bandejas de plástico, que, aunque prácticas, no son las más adecuadas para esta fruta tan frágil. Estos envases favorecen la condensación de humedad y el contacto entre las piezas, lo que puede acelerar su deterioro. Siempre que sea posible, es preferible optar por fresas presentadas en bandejas de cartón o madera, que permiten una mejor ventilación y reducen el riesgo de daños durante el transporte.
Un paso clave antes de guardarlas
Una vez en casa, conviene realizar un sencillo tratamiento para alargar su frescura. Consiste en sumergirlas brevemente en una solución de vinagre blanco diluido con agua, en una proporción de uno a tres. Basta con dejarlas uno o dos minutos en esta mezcla para eliminar posibles esporas de moho y bacterias presentes en la superficie de la fruta.
Después, deben secarse con mucho cuidado utilizando papel de cocina. Este paso es esencial: cualquier exceso de humedad puede favorecer la aparición de moho. Además, es importante no quitarles las hojas ni cortarlas antes de almacenarlas, ya que al hacerlo se rompe su estructura natural y se acelera su deterioro.
Dónde y cómo almacenarlas
Uno de los errores más comunes es guardarlas directamente en el frigorífico o dejarlas fuera, en una cesta con otras frutas. Ninguna de estas opciones es ideal. El frío intenso del refrigerador altera su textura, haciéndolas más blandas y menos sabrosas. Por otro lado, a temperatura ambiente, la humedad del entorno acelera el proceso de descomposición.
Los horticultores recomiendan usar un recipiente hermético, preferentemente de vidrio o plástico, con una hoja de papel absorbente en el fondo para controlar la humedad. Si hay que apilar las fresas, es conveniente colocar otra capa de papel entre las filas para evitar que se aplasten entre sí.
Un detalle importante es la ventilación: es recomendable dejar la tapa del recipiente ligeramente entreabierta o hacerle pequeños agujeros si se usa papel de aluminio, para permitir la circulación de aire. Así se reduce el riesgo de condensación y se evita la formación de moho.
El lugar ideal para guardar las fresas es un espacio fresco, seco y oscuro, como una despensa ventilada o un armario de cocina alejado de fuentes de calor. Si no se dispone de un sitio así, el frigorífico puede ser una solución temporal, especialmente si se prevé consumirlas en pocas horas.