Descubre una villa que mira al horizonte desde sus colinas, donde el tiempo parece haberse detenido para escuchar el eco de sus propias leyendas. Cuéllar, en el corazón de Castilla, ofece un viaje inolvidable a través de la historia, la piedra y la memoria. Sus calles empedradas, su imponente castillo, sus murallas centenarias y sus templos mudéjares guardan los secretos de reyes, nobles y gentes anónimas que moldearon su destino. Pero Cuéllar también deslumbra por su naturaleza viva, con pinares que se pierden en el horizonte, senderos que invitan al descubrimiento y humedales que respiran serenidad; y, como broche, el latido de unas fiestas que emocionan, unen y hacen vibrar a todo el pueblo.

Memorias entre colinas, batallas y leyendas

Cuéllar, esa villa castellana levantada entre colinas, posee una historia que se remonta a la Edad de Bronce. Desde los primeros pobladores junto al “Barco de los Habares” hasta su florecimiento medieval, ha vivido conquistas, repoblaciones y renaceres. Fue campo de batalla para romanos, moros y cristianos; y en sus piedras quedaron grabadas leyendas, como la del rey Alfonso X que impulsó su esplendor lanero. Cortes, bodas reales y personajes como María de Molina o Álvaro de Luna tejieron su destino, y aunque sufrió la decadencia de Castilla y el azote de las guerras, Cuéllar resistió hasta el día de hoy, siendo testigo mudo de un pasado noble.

El guardián eterno de Cuéllar que nunca descansa

En lo alto del municipio, como vigilante del paso de los siglos en la historia de Castilla, se alza el imponente Castillo-Palacio de los Duques de Alburquerque. Aunque su primera mención es de 1306, fue en 1464 cuando Don Beltrán de la Cueva, valido del rey Enrique IV, lo convirtió en su fortaleza y símbolo de poder. Desde entonces, el castillo ha sido testigo y protagonista de episodios épicos, tragedias, conspiraciones y hasta inspiraciones literarias.

Gótico en su origen, el castillo fue adaptándose con el tiempo, construyéndose torreones, salones con artesonados, una galería renacentista abierta al sol de la fachada sur, escudos con lemas de reyes y nobles que aún parecen murmurar al viento. En su interior, la vida fluía entre banquetes, rezos y decisiones políticas, pero también conoció el dolor de la época con su cuartel en guerras, cárcel en dictaduras, sanatorio en tiempos de enfermedad.

Actualmente, aunque los nobles ya no duermen en sus habitaciones, el castillo continúa vivo, acogiendo a un instituto, archivos históricos y la Oficina de Turismo. Pero la actividad del grandioso monumento no acaba aquí, y es que cuando cae la noche, las piedras cuentan sus secretos de otro modo con visitas teatralizadas que llenan de magia sus estancias como los bufones inmortales del TecnoMedievo o espectros del Castillo de Ánimas.

Palacios, templos y callejuelas que revelan el alma de una villa eterna

Cuéllar no se agota en su castillo y la historia que la envuelve. Es más, esta villa invita a detenerse a observar. Esta localidad segoviana es un mosaico de estilos, memorias y silencios centenarios.

El recorrido comienza por sus palacios y casas nobles. Las piedras de la Casa de los Rojas, la de los Velázquez del Puerco, la de los Velázquez y Ruiz de Herrera o la Casa de los Daza han contemplado generaciones enteras y guardan en sus muros secretos de linajes poderosos. El Palacio de Santa Cruz y el Palacio de Pedro I, aunque menos conocidos, reflejan el esplendor de una nobleza que eligió Cuéllar como residencia en tiempos de esplendor. La elegancia de su arquitectura civil se une a la sobriedad del ladrillo mudéjar, material preferido por los constructores musulmanes que supieron, con sencillez, realizar arte con yeso y ladrillo.

Los templos religiosos son, quizás, la expresión más clara del esplendor mudéjar cuellarano. A un paso del castillo se encuentra la iglesia de San Martín, hoy convertida en el Centro de Arte Mudéjar, donde las arquerías de ladrillo se alzan como testigos de siglos de devoción. La iglesia de San Esteban, integrada en la muralla este; la de San Andrés, extramuros; y la de San Miguel, en la Plaza Mayor, trazan un mapa espiritual por la villa. Otras iglesias como la del Salvador, San Pedro, Santa María de la Cuesta, la Trinidad, Santo Tomé o la capilla de la Magdalena añaden nuevas capas al rico patrimonio religioso, cada una con detalles únicos y elementos mudéjares, retablos barrocos o sepulcros que narran pequeñas historias olvidadas.

Por su parte, la torre de Santa Marina, solitaria pero grandiosa, conserva la dignidad de lo que un día fue una iglesia, mientras que el ábside de Santiago, aunque aislado, mantiene viva la esencia del templo desaparecido. Entre estas piedras se esconde la memoria de generaciones, algunas aún visibles en cada uno de los detalles tallados.

Continuando con este completo y asombroso recorrido, se llega a los conventos, otro gran legado de este pueblo de Segovia. El de Santa Isabel o Santa Ana, el de San Basilio frente a la puerta homónima, el de la Trinidad, la Concepción, el de Santa Clara o el de San Francisco recuerdan el peso espiritual, educativo y asistencial que tuvo Cuéllar durante siglos. Algunos conservan sus claustros o sus iglesias; otros, tan solo sus ruinas, pero todos representan la importancia que tuvo la vida monástica.

Uno de los capítulos más singulares es el de la Judería, una comunidad documentada desde el siglo XIII, siendo una de las más destacadas de Castilla en el siglo XV, superando incluso a las de Toledo o Burgos. Las callejuelas estrechas entre la puerta de la Judería y la de San Andrés, como la calle de la Nusa, hoy San Esteban, conservan el trazado medieval que vio convivir a judíos y cristianos.

Volviendo al perímetro defensivo, las murallas de Cuéllar son un espectáculo por sí mismas. Declaradas Monumento Histórico Artístico en 1931, presentan dos recintos claramente diferenciados: uno superior, fortificado, y otro inferior, más urbano. Las puertas se consideraban símbolos de poder, puntos de control y defensa, y elementos arquitectónicos cargados de sentido. Las más destacadas, en las que el visitante se sentirá como un vigilante medieval, son la de San Andrés, San Pedro, San Basilio, Santiago o la de las Cuevas.

Otro rincón sorprendente es el Centro Cultural Tenerías, donde se puede conocer de manera educativa y gratuita cómo se curtían las pieles en el siglo XVII. Este espacio museístico no solo conserva herramientas y elementos originales, sino que ha incorporado un jardín japonés y una sala de exposiciones, convirtiéndose en un lugar de cultura y reposo.

Para finalizar este gran recorrido, Cuéllar también ha apostado por el arte contemporáneo. En la plaza de la Huerta Herrera, el talento urbano de Daniel Aguado, alias RuralGraff, ofrece una mirada nostálgica y colorida a las labores del campo, los oficios tradicionales y la vida rural de antaño. Los murales, de gran formato y notable realismo, convierten este espacio comercial en una galería al aire libre, donde el pasado reciente se mezcla con el arte actual.

Naturaleza viva en Cuéllar: paseos entre pinares, humedales y miradores

Cuéllar no solo es historia y patrimonio; también es naturaleza en estado puro. Y basta con alejarse unos pasos del casco urbano para encontrar verdaderos remansos de paz. Uno de los más accesibles y queridos por los cuellaranos es el parque de la Huerta del Duque, al sur de la villa, un espacio verde que combina arbolado centenario, zonas de sombra, juegos y bancos para descansar. Aquí la naturaleza se entrelaza con el día a día: es habitual ver familias paseando, niños jugando o mayores disfrutando del frescor bajo los árboles. A pocos minutos, el mirador de Las Lomas ofrece una panorámica privilegiada del mar de pinares que rodea Cuéllar, con atardeceres que tiñen de oro la Tierra de Pinares.

Para los amantes del senderismo, Cuéllar es punto de partida de rutas que cruzan humedales, bosques y vegas. El Espadañal, por ejemplo, es un enclave único, a unos seis kilómetros del centro, ideal para avistar aves, anfibios y pequeños peces. Se accede desde el polígono Prado Vega, a pie, por un recorrido sin dificultad de unos 10 kilómetros ida y vuelta. Este humedal, junto al santuario del Henar y su amplia pradera, compone un paraje sereno y muy frecuentado por caminantes.

Uno de los espacios más singulares es la conocida Senda de los Pescadores, que arranca junto a la A-601. Es un paseo de 7,3 km entre ribera y pinar, donde el río Cega es compañero constante. Esta ruta es solo una de las cinco que forman parte de las llamadas Sendas del Sistema Segoviano, todas circulares y con niveles asequibles, ideales para familias o caminantes poco expertos. Algunas discurren entre pinos resineros, otras se adentran en vegas y bosques mixtos, y todas regalan momentos de silencio, sombra y aire limpio.

Además, Cuéllar ha creado “Colendandantes”, una guía de rutas circulares por el entorno, que invita a redescubrir lugares como el puente Segoviano o el Páramo de Las Lomas. Y si lo tuyo es la micología, en noviembre se celebran jornadas con salidas al campo y exposiciones de setas. Así es Cuéllar natural: cercana, accesible y siempre viva.

Emotivas tradiciones que laten al ritmo del pueblo

Este magnífico destino ha conseguido latir con fuerza durante sus fiestas populares, que marcan el calendario de vecinos y visitantes a lo largo del año.

El momento más esperado llega con las Fiestas en honor a la Virgen del Rosario, que arrancan el último fin de semana de agosto. En ellas, el alma de la villa se entrega por completo a sus Encierros, los más antiguos de España y declarados de Interés Turístico Internacional. Cada mañana, los toros corren por las calles del municipio, atrayendo a miles de personas. Pero la fiesta es mucho más que eso: hay procesiones, pregones, bailes y diversas actividades que llenan cada rincón de Cuéllar de color y música.

Por su parte, los encierros de Cuéllar, considerados los más antiguos de España, fueron declarados Fiesta de Interés Turístico Internacional el 23 de febrero de 2018, reconociendo su valor histórico y cultural. Este título se suma a los anteriores de Interés Turístico Regional y Nacional, y refuerza la importancia de una tradición que cada agosto llena la villa de emoción y arraigo.

Septiembre trae consigo la festividad de San Miguel, patrón de la localidad, con un programa festivo repleto de conciertos, espectáculos y celebraciones para todos los públicos.

Finalmente, la Semana Santa, declarada recientemente de Interés Turístico Regional, mezcla espiritualidad y belleza en procesiones que recorren el casco histórico entre pasos centenarios y fervor popular. Es una ocasión perfecta para redescubrir Cuéllar desde su lado más solemne y artístico. Y como aquí cualquier excusa es buena para compartir mesa y tradición, el Domingo de las Chuletas, una semana después del Domingo de Resurrección, reúne a las familias en el pinar con brasas, bicicletas y el mejor ambiente campestre.  

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