El otoño avanza y, con él, los paisajes cambian de tono. Las hojas secas cubren los caminos, el aire se vuelve más fresco y las montañas de la Sierra Norte de Madrid se visten de dorado y cobre. Aunque es esa época del año en la que parece que el invierno se apodera de todos los planes, hay rincones donde apetece respirar aire limpio, abrigarse un poco más y dejar atrás la ciudad para descubrir lugares donde el tiempo parece detenerse. En este caso hablamos de Navarredonda y San Mamés, donde las rutas entre montañas, la historia en cada piedra y una joya natural que quita el aliento conquistan a cada visitante que lo descubre.
Con poco más de cien habitantes, este municipio respira calma y autenticidad, perfecto para una escapada de fin de semana o una parada en el camino. Sus vecinos, conocidos como navarros y navarras, reciben a los visitantes con una hospitalidad que recuerda a la del norte. Y sí, su nombre comparte curiosamente el del mítico estadio bilbaíno, pero aquí, en lugar de gradas y goles, lo que encontrarás son montañas, aire puro y el rumor del agua cayendo entre rocas.
Un pasado humilde que aún respira entre montañas
Navarredonda y San Mamés nació del esfuerzo de pastores y agricultores que, hace siglos, levantaron sus cabañas entre los prados del norte madrileño. Su historia se remonta al siglo XI, cuando los árabes fundaron los primeros asentamientos y, más tarde, Alfonso VI integró estas tierras al alfoz de Sepúlveda. Desde entonces, el tiempo ha pasado sin borrar su esencia rural.
Entre campos de centeno y trigo, entre el sonido del ganado y las aguas del arroyo del Chorro, este rincón ha sabido conservar intacto el espíritu sencillo y trabajador de sus orígenes.
Aguas del arroyo del Chorro, en Navarredonda y San Mamés (Foto: Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama)
Un museo al aire libre en la Sierra Norte
A pesar de su tamaño, el municipio cuenta con varios monumentos y rincones llenos de historia. La Ermita de San Mamés, ubicada a las afueras del núcleo urbado, es la joya más destacada de este territorio madrileño. Se dice que allí fue coronada Juana la Loca, un detalle histórico que añade un toque de leyenda al recorrido. La sencillez del templo, rodeado de campo abierto, encaja perfectamente con el espíritu sereno que define a todo el municipio.
Navarredonda y San Mamés es, además, un pequeño museo al aire libre de la vida rural tradicional. La Fragua, por ejemplo, servía para herrar animales y reparar herramientas agrícolas. Hoy se conserva como testimonio de un pasado de trabajo y comunidad. Cerca de allí, la Piedra de la Reguera recuerda cómo se organizaba el reparto del agua entre los vecinos para regar los huertos, un sistema sencillo y justo que hablaba de cooperación mucho antes de que esa palabra se pusiera de moda.
La caída más salvaje de Madrid
Si hay un lugar que define este pueblo, ese es las Chorreras de San Mamés, el salto de agua más alto de la Comunidad de Madrid, con unos 30 metros de caída. Forma parte del arroyo del Chorro y, durante el otoño, tras las lluvias, su caudal crece y ofrece una de las imágenes más impresionantes de toda la Sierra Norte.
El recorrido hasta las chorreras es una de esas rutas que se disfrutan sin prisa. Entre robledales y praderas, el camino invita a observar, a escuchar, a detenerse. Y al llegar, el rugido del agua cayendo sobre la piedra lo llena todo: un espectáculo natural que no necesita filtros ni artificios. Basta con estar allí.
Tradiciones que laten en cada estación
Aunque las fiestas grandes se celebran en otros momentos del año —San Ildefonso en enero, San Mamés en agosto o las fiestas de verano a finales de ese mes—, visitar el pueblo en noviembre tiene un encanto especial. Es tiempo de calma, de paseos cortos y comidas largas, de charlas junto al fuego.
En las casas se preparan guisos caseros, el aroma del pan recién hecho llena las calles y el ritmo se ralentiza de una forma casi terapéutica.
Navarredonda y San Mamés, en esta época, ofrece algo que escasea: silencio. Pero no un silencio vacío, sino lleno de vida, viento, agua y hojas. Un silencio que invita a escuchar.
Pueblos vecinos y caminos compartidos
El entorno del municipio es otro de sus grandes atractivos. A pocos kilómetros, Lozoya ofrece vistas espectaculares del embalse y del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, perfecto para una jornada de senderismo o fotografía. También Buitrago del Lozoya, con su muralla medieval y su Castillo del Buen Suceso, merece una visita. Allí, la Casa Museo de Picasso sorprende con las obras que el artista donó a su amigo, el barbero Eugenio Arias.
Cada parada en esta zona de la Sierra Norte es una oportunidad para reconectar con la naturaleza y la historia. Las carreteras serpentean entre montañas, los pueblos se asoman entre los valles y los colores del paisaje parecen cambiar con cada curva.
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