Infiltrada en una visita a las Caballerizas del Palacio Real, organizada por Telemadrid para la prensa especializada en televisión con motivo de su nuevo programa Reales Sitios, esta periodista (que aún sigue buscando su lugar en alguna sección) ha podido desentrañar los entresijos de una planta baja, casi subterránea, que se ha mantenido desconocida durante siglos para el público general. Aunque, cabe destacar que no todos los secretos que allí se esconden son escabrosos, algunos son tiernos, curiosos o simplemente interesantes para los amantes de la historia.
Las tripas del palacio
Una vez en el interior del palacio, es preciso bajar unas largas escaleras de piedra notando como disminuye un par (o más) de grados la temperatura, hasta llegar a las Caballerizas. Allí da comienzo la misteriosa visita. Lo primero que llama la atención de esta reportera, sin contar con la espectacularidad de los techos, fachadas, suelos y demás elementos que componen el edificio real, es la manera que tiene Patrimonio Nacional de referirse al mecanismo interno del enorme Palacio Real de Madrid.
Para los especialistas, encargados de preservar estas construcciones históricas, es clave para el funcionamiento de cualquier edificación real un "ejército de oficios" que han pervivido, casi exclusivamente en estos lugares, a lo largo de los siglos. Cientos de trabajadores que pasan desapercibidos, pues el foco siempre está puesto sobre los nobles y reyes que allí vivieron, y que de no ser por su dedicación diaria, su ingenio y su esfuerzo, los castillos, museos y palacios de nuestro país habrían colapsado.
Desde maestros artesanos hasta restauradores expertos, muchos de estos oficios no existen fuera de los muros reales. El mercado laboral actual ni los prepara ni los reclama, solo tienen cabida en las tripas del palacio. Donde generación tras generación se ha aprendido el cuidado y el mimo que necesitan cada día estos espacios de importancia histórica incalculable.
Caballos reales, entrenados para el ruido madrileño
El precioso Campo del Moro, uno de los pulmones verdes que tanto necesita la ciudad de Madrid, es el lugar elegido por los jinetes para entrenar a los 20 caballos reales que habitan las Caballerizas del palacio. El trabajo con estos nobles animales les lleva a los adiestradores mínimo un año hasta que están preparados para tirar de un carruaje. Curiosamente, el puesto que ocupará cada caballo dependerá totalmente del carácter del mismo, un protocolo que inventó el rey Carlos III y que se mantiene hasta la actualidad.
Los carruajes, que varían en su número de caballos en relación al rango de quien se suba en él: siendo ocho para las reyes, seis para el príncipe y dos para el séquito del embajador; pueden llegar a pesar 3.000 kilogramos y no tienen frenos, por lo que todo el trabajo recae en el animal.
Habitualmente, estas carrozas recorren las calles abarrotadas de la capital, donde el ruido es el principal protagonista. Y es, precisamente, para que los caballos no sufran el alboroto constante de Madrid que sus entrenadores les ponen música de todo tipo, cada mañana, entre las 7:00 y las 8:00 horas. ¡Así sí se empieza el día con energía!
No se hace nada nuevo, es todo restaurado
Escondida en las profundidades de palacio, abrió Patrimonio Nacional para la prensa el taller real donde se trabaja el arte de la guarnicionería. En esta pequeña sala se restauran las increíbles piezas únicas de cuero que porta cada caballo y cada carruaje. Las cuales llevan reutilizándose desde hace siglos cambiando a mano, por supuesto, tan solo el cuero que cede al desgaste del tiempo.
Taller de guarnicionería en las Caballerizas del Palacio Real de Madrid. Irene G. Domínguez
Los guardicioneros reales eran maestros artesanos que aprendían la profesión durante toda su vida, transmitiendo los conocimientos a sus aprendices. De hecho existe en nuestro país un manual del guardicionero que data del 1800 que sirve en la actualidad para enseñar a quienes deciden instruirse en este oficio. Es el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) quien ofrece este curso de dos años, siendo Patrimonio Nacional quien forma a los aspirantes de una profesión compleja que afortunadamente, aún no ha desaparecido.
Carruajes adelantados a su época
La colección de carruajes que tenemos en España es la más grande de Europa, por tanto, es posible que sea la más grande del mundo. Todos ellos datan de entre el siglo XVII y el siglo XIX y se fabricaban en Francia o Inglaterra, pues se consideraba que el estilo de sus constructores tenía más clase y el resultado final era más elegante.
El carruaje más utilizado por Isabel II y Francisco de Asís de Borbón, Caballerizas del Palacio Real de Madrid. Irene G. Domínguez
Decorados con kilos de pan de oro, estos carruajes han sido restaurados en repetidas ocasiones, manteniendo todos los elementos originales y añadiendo únicamente un recubrimiento de goma en las ruedas para que el mantenimiento de las mismas sea más eficiente.
Como si de un coche actual se tratase, las carrozas más utilizadas por los reyes españoles durante la Edad Moderna fueron los carruajes cupé. En concreto, Isabel II y su marido, Francisco de Asís de Borbón, solían viajar en uno, construido en 1841 en Francia, que dentro tenía un váter y ambas ventanillas contaban con un mecanismo para poder bajarse y subirse. Además, el confort en este carruaje era absoluto, pues el traqueteo de las ruedas no se llevaba a sentir dentro de la cabina, ya que esta estaba prácticamente suspendida en al aire agarrada por firmes correas de cuero.
Todo tipo de animales exóticos, imprescindibles para la sastrería real
Para poner el broche de oro (nunca mejor dicho) a esta curiosa ruta por las Caballerizas, esta redactora pudo ver de cerca los trajes de los cocheros y lacayos reales, sus llamativos complementos y las singulares fustas que utilizaban. La sastrería histórica expuesta en aquella habitación conservaba los botones encargados por Isabel II durante su reinado, pero a primera vista no parecía esconder grandes tesoros.
Las apariencias engañan. Ningún periodista pudo contener su cara de asombro cuando el experto comentó, casi como quien da los "buenos días", que los penachos allí expuestos estaban hechos con pluma de gallo chino, traído desde el otro lado del mundo cada cierto tiempo para su restauración. También como si nada, relató a los presentes que las fustas que se siguen utilizando se elaboran con piel de canguro, que no requiere ningún mantenimiento, y un largo bigote de ballena. Materiales exóticos y muy difíciles de conseguir en nuestros tiempos, siempre que no seas reina o rey.
Síguenos en Whatsapp y recibe las noticias destacadas y las historias más interesantes