Nunca me he considerado ‘feminista’ al uso. Suelo decir, cuando me preguntan al respecto, que soy humanista, que defiendo los derechos humanos, de todos, de mujeres y de hombres. Y digo eso por una razón muy concreta: no creo que defender los derechos de las mujeres tenga que ver con posicionarse contra los hombres, sino con la ideología machista que propagan, desde hace muchos siglos, las religiones, ideología que ensambla las creencias profundas no sólo de los hombres, sino también de muchas mujeres y de la sociedad entera. Es en ese matiz en el que mi pensamiento no coincide con el feminismo a ultranza.

Tengo la certeza de que el machismo, la misoginia, el androcentrismo y el odio a lo femenino (llámese como se quiera) es una ideología gestada, promovida y expandida por el patriarcado, pero sobre todo por las religiones. No hay más que observar la situación de las mujeres en las sociedades en las que las religiones ostentan el poder. Los hombres son unas víctimas más, aunque parezcan los verdugos, de esa ideología que promueve el odio contra las mujeres, o, dicho de otra manera, algunos hombres son las manos ejecutoras de unas ideas que expanden las religiones monoteístas, entre ellas, por descontado, el cristianismo. Pero los hombres, en general, sufren, aunque de otro modo, las consecuencias negativas de esta ideología que, en realidad, propugna la confrontación, el odio al otro y promueve la infelicidad de todos.

El machismo, la misoginia, el androcentrismo y el odio a lo femenino (llámese como se quiera) es una ideología gestada, promovida y expandida por el patriarcado, pero sobre todo por las religiones

Una de las consecuencias terribles del machismo para los hombres, por ejemplo, es la represión emocional en la que se les adoctrina desde niños y en la que muchos militan durante toda su vida; algo cruel e inhumano porque las emociones no son femeninas, son humanas; y negarlas o reprimirlas es una anomalía que puede conllevar numerosos trastornos, puede aumentar la agresividad, dificulta las relaciones interpersonales y afectivas, y es incompatible con una buena inteligencia emocional. Un peso tremendo que los hombres llevan sobre sus espaldas.  Tan nefasto y tan pesado como el que soportan, por su parte, las mujeres: el peso de la sumisión, de la indignidad y de la inclusión en una jerarquía implacable de inferioridad. El objetivo es el control social, la usurpación de la libertad y del derecho a la felicidad de la gente, la anulación de la afectividad a favor de la psicopatía, la confrontación de géneros, la ruptura de los lazos de solidaridad, entre hombres y mujeres y entre las mujeres mismas y, por supuesto, el sometimiento del universo afectivo femenino.

Pudiera parecer todo pura subjetividad o pura teoría si no fueran 48 las mujeres que en 2018 han muerto en España por violencia de género, si no fueran ocho las mujeres muertas sólo en enero de 2019, si no hubiera que reivindicar los derechos femeninos en pleno siglo XXI porque estamos retrocediendo a pasos agigantados en lo que respecta a la dignidad y al simple derecho a la vida de las mujeres. La voracidad y el pensamiento fascista neoliberal han alentado la corrupción, el auge de los fundamentalismos y del poder de la religión, el racismo, la intolerancia, el maltrato animal, el expolio de lo público, la normalización del abuso y del menosprecio al ciudadano...; y han resucitado también, porque todo va íntimamente relacionado, el desprecio a lo femenino.

Ahí está la nueva ultraderecha haciéndonos retroceder a lugares y tiempos que creíamos superados. Vox aspira, entre otras muchas y temibles cosas, a derogar la Ley de violencia de género, a marginar a cualquier asociación u organismo relacionados con la defensa de los derechos de las mujeres y, en resumen, a tender hacia una sociedad fundamentalista que no reconoce a las mujeres como sujetos de derecho. Y ahí está Casado, proponiendo que las mujeres paran más hijos para que se puedan seguir pagando las pensiones; como si tuviéramos las mujeres que retroceder al paleolítico inferior y volvernos todas conejas y amas de cría para arreglar una economía nacional que ellos mismos han desmantelado. Y ahí está el presidente del PP refiriéndose a la violencia machista y a los maltratadores, que son realmente criminales, como “esa persona que no se está portando bien con las mujeres”.

En este contexto, se sea mujer u hombre de bien ¿cómo no ser feminista? ¿cómo no darse cuenta de que los derechos de las mujeres, y de los hombres también, corren gravísimo peligro con el neofascismo que amenaza con hacerse próximamente con el poder?  Por iniciativa del movimiento feminista argentino “Vivas nos queremos” el 8 de marzo de 2018 se organizó por vez primera en la historia una huelga legal para reclamar igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres. La misma comisión, formada por cientos de organizaciones feministas españolas, vuelve a convocarla para el próximo viernes, 8M de 2019, contra las violencias machistas, contra las desigualdades, contra la precariedad y las numerosas discriminaciones que millones de mujeres siguen hoy en día soportando. Vivas nos queremos, y dignas, y libres. Respecto a los totalitarios que pretenden desprestigiar al feminismo llamándole “radical”, recordemos una cita muy sabia y muy lúcida de la filósofa, profesora y activista Ángela Davis: “El feminismo es la idea radical que sostiene que las mujeres somos personas”.

Coral Bravo es Doctora en Filología