Decía Antonio Machado que en España los “señoritos” invocan a la patria mientras la venden, lo cual es también evidente en la realidad actual: los que hacen del patriotismo su supuesta bandera son los mismos que arremeten contra su país, contra su estabilidad y contra el bien común de sus ciudadanos, y los mismos que le empobrecen y le saquean. El patriotismo (amor a la patria) no es malo en sí mismo cuando está motivado por sentimientos nobles, solidarios y de empatía hacia todos los habitantes del propio país; sin embargo, cuando lo que llaman patriotismo es una máscara que esconde fanatismo, autoritarismo, odio al otro y búsqueda voraz del interés personal, de clase o de grupo, el patriotismo es una herramienta del fascismo y es un gravísimo peligro a superar.

Además, si reflexionamos un poco, el patriotismo acaba siendo una limitación absurda que construimos en torno a algo tan arbitrario y circunstancial como el lugar en el que nacemos. En primer lugar porque los límites y las fronteras que dividen el planeta en diferentes lugares son construcciones humanas. El mundo es sólo uno. Y, en segundo lugar, porque ese supuesto amor del que se jactan los que se llaman patriotas es falso si se nutre, como casi siempre ocurre, del odio y la exclusión del resto de grupos humanos que piensan de otro modo, o que están al otro lado de las propias fronteras. Quiero decir, quien es solidario y de verdad quiere el bien del otro, es también solidario y quiere el bien de todos los pueblos del mundo. Es decir, quiere el bien común, de la humanidad entera en toda su maravillosa diversidad, no sólo de unos pocos. Ese amor absurdo al propio ombligo, en forma de veneración exacerbada a la bandera y a la patria, más que amor es cerrazón, fanatismo y un supremo narcisismo, además de un grave peligro político y social.

Asusta percibir ese repentino auge del patriotismo exaltado que algunos alimentan desde ámbitos políticos, periodísticos y mediáticos. Tanta bandera por todos lados, como si fuéramos idiotas y no supiéramos que estamos en España, me asusta, la verdad, porque sé que no es producto de ninguna actitud de amor o de hermandad, sino en muchos casos de odio, de desprecio y de insolidaridad. Y los que están azuzando a la sociedad con ese frenesí patriota lo que buscan es confundir, ofuscar y utilizar su supuesto y falso amor patrio para justificar y abonar terreno propicio para su intransigencia y el espacio que sostenga su pensamiento totalitario, con todo lo que eso supone y conlleva.

No es nada nuevo bajo el sol. En este país deberíamos estar curados de espanto si en la enseñanza reglada se estudiara de manera objetiva la historia reciente de España. Y tan es así que justamente, como decía Machado, a los que invocan tan exaltados a la bandera y a la patria, en realidad la patria les importa un bledo. Porque si les importara la patria defenderían el bien, el avance, el progreso, los derechos, las libertades, la dignidad de las gentes que habitan esa patria. Y es bien evidente que no sólo no es así, sino que es todo lo contrario.

El viernes pasado uno de los diarios más prestigiosos del mundo, The New York Times, publicó un artículo de opinión que alerta al mundo sobre Vox a raíz de las manifestaciones que convocó contra el Gobierno; en él el autor define a Vox como un partido de la ultraderecha que “es la peor derecha desde el retorno a España de la democracia”. Le califica como un partido muy peligroso y le equipara al nazismo. Realmente avergüenza que tenga que ser un medio extranjero el que defina con objetividad a un grupo político que está siendo respaldado, de manera vergonzosa, por buena parte de la prensa española. Son los de Vox, por supuesto, los grandes patriotas, y los que llevan la bandera hasta en las cejas.

Sin embargo, son otros, los que son menos patriotas, los que se han preocupado de legislar a favor de los ciudadanos; son los que, por ser demócratas, se pasan los días escuchando insultos constantes de la derecha y adláteres mientras llevan meses luchando incansables por el bien de todos los españoles; y se han preocupado de ofrecer un ingreso mínimo vital para las familias en situación más crítica y agudizada por la crisis del coronavirus.

El gobierno de Sánchez va a dar cobertura a 850.000 familias y a casi dos millones y medio de personas en situación de pobreza extrema. Aunque eso, seguro, a los patriotas les parecerá muy mal. El viernes pasado se aprobó la medida en el último consejo de ministros, con la oposición, por supuesto, de Vox, que, ya digo, consideran el patriotismo fanatizar al personal desinformado o acrítico,  y llevar banderitas hasta en el cogote. Quizás sea que lo que algunos llaman con tanto ímpetu  patriotismo, como decía ya en el siglo XVIII el erudito inglés Samuel Johnson, no sea otra cosa que el último refugio de los canallas. El amor al lugar en el que se ha nacido y a sus gentes es otra cosa muy diferente.

 

Coral Bravo es Doctora en Filología