Todavía calientes las urnas de las elecciones al Parlamento de Andalucía, me permito hilar unas líneas de reflexión sobre algunos elementos concomitantes con las mismas que tengo anotados apresuradamente en mi libreta.

En primer lugar, como planteamiento previo fundamental, recordaré que la derecha decidió, en su momento, crear una imagen de Moreno Bonilla de hombre moderado, tranquilo y ajeno a las turbulencias, que fue captada por mucha gente, los más próximos a la ideología predicada, así como por otros, que, sin ser muy proclives a las ideas conservadoras, probablemente se inclinaron a aceptar dicha imagen sin más, por especie de lenición o aggiornamento ideológico. Sea como fuere, su sonrisa frailuna y su fachada de inacción se grabó claramente en el electorado. No necesitaría el candidato popular más que eso y una campaña inerte e insulsa para conseguir sus propósitos. Y el electorado lo aceptó así con claridad, y por tanto, también debemos aceptarlo todos los andaluces.

Luego vino, como una octava plaga, el aluvión de encuestas, consultas, sondeos, entrevistas, tertulias, análisis conclusivos… Bastaban en algunos casos unos escondidos datos para deducir grandes mayorías, que parecían más bien predispuestos a inferir el voto más que a describir tendencias. Algunos de estos análisis, con escaso soporte de datos, daban por hecho que todo estaba hecho y lo daban por averiguado, como así sería. Pero en bastantes ocasiones, quizás era más bien cuestión de fe que de deducción objetiva para el lector.  Sin restar méritos al ganador, pienso que la atmósfera predictiva creada, con fundamentos no siempre sólidos, podría haber creado un ambiente favorable al ganador, aunque no lo hubiera necesitado.

En algunos artículos de opinión, en entrevistas, en tertulias, se podía observar cómo se vertía casi la idea de que las propuestas electorales de la derecha eran linderas con la verdad o con la razón, algo afirmado, en ocasiones, con prepotencia y reiteración. Y si quedaba esto en la retina del lector o espectador, ¿quién se podría resistir? Los partidos progresistas no pudieron contrarrestar esta octava plaga, lamentablemente. Habría que haber reflexionado sobre todo esto de la mano de aquellos versos memorables de Antonio Machado en  su obra Proverbios y Cantares:

​​“¿Tu verdad? No, la Verdad;

​​y ven conmigo a buscarla.

​​La tuya guárdatela".

En definitiva, el electorado ha hablado, y hay que aceptar su veredicto. Ahora, debemos dedicarle muy poco tiempo a la melancolía y hemos de actuar ya para conseguir de nuevo que los planteamientos de avance social prosigan su decidida actitud por la igualdad y la justicia social, promoviendo ayudas a los más desfavorecidos, como durante el COVID, y ahora contra los efectos de la guerra, contra los abusos energéticos, la inflación, sacando el máximo provecho de la Reforma Laboral y muchas más actuaciones legislativas y ejecutivas del mismo calado. Pero para todo eso se necesita una acción institucional y un decisivo apoyo de todo el espectro progresista. Los dos; uno sólo no sería suficiente.

Estamos cerca de conseguir muchas más mejoras igualitarias necesarias para una sociedad mejor, y nadie debe omitir su aportación, no sea que nos pase como en el mito de las uvas de Tántalo, que fue condenado eternamente a acariciar con la boca el jugoso fruto pero nunca a degustarlo. Todos los socialistas debemos participar en construir esa sociedad igualitaria y justa. Por lo tanto, ¡fuera la melancolía y adelante con la acción! Me resisto a terminar estas breves líneas sin referirme a un ejemplo de compromiso rotundo de clase que aparece en una anécdota andaluza que recorre nuestra tierra de boca en boca (aunque no suficientemente constatada). Dice la anécdota que, en unas elecciones durante la época alfonsina, un potentado fue a pedirle el voto a uno de sus jornaleros, augurándole efectos catastróficos si así no lo hacía. El bracero le respondió, no obstante, de esta manera: “Señoría, en mi jambre mando yo”. Lección de dignidad.