Desde el 27 de febrero el Congreso de los Diputados cuenta con un busto de quien fuera diputado entre 1906 y 1923, y entre julio y diciembre de 1931, además de presidente de la República entre diciembre de 1931 y abril de 1936. Lo menos que se puede decir es que se trata de un acto de justicia con alguien que siempre creyó en la vida parlamentaria, en el debate como sistema para resolver las diferencias y que además ha pasado a la historia como uno de los grandes oradores de nuestra Cámara Baja.

Muchos fueron los discursos parlamentarios pronunciados por don Niceto. Aquí me gustaría recordar solo algunos de los que realizó en su última etapa de diputado, cuando en las elecciones de junio de 1931, momento en el que presidía el Gobierno provisional de la República, tomó posesión de su escaño por la provincia de Jaén (en los años anteriores siempre fue elegido por el distrito de La Carolina). El primer discurso fue el día de la apertura de las Corte Constituyentes, el 14 de julio, y en él destacó la gran tarea que tenían por delante los constituyentes. Dos semanas después, el día 28, intervenía con el objetivo de dar cuenta de la labor del gobierno desde que tomó posesión el 14 de abril, y para exponer ante la Cámara que en caso de contar con su apoyo continuaría el mismo gobierno constituido entonces.

A partir de ese momento, Alcalá-Zamora continuó con su labor presidencial, pero no dejó de acudir a la Cámara, sobre todo porque siguió con gran interés los debates constitucionales. Así, lo veremos intervenir en lo referente al contenido del artículo 1, cuando se plantea la posible fórmula federal para España, y él afirma: “yo creo que no es indispensable en la Constitución la palabra federal, porque está la substancia federal”, y dentro de ese mismo artículo fue decisiva su intervención para que la República fuera definida como “democrática de trabajadores de toda clase”, tal y como reconocía un conocido cronista parlamentario, Arturo Mori: “Y mientras la Cámara llevaba trazas de dividirse por una cuestión de nombre, el señor Alcalá-Zamora levantó su voz y cinceló un discurso que, en un momento, borró todas las diferencias y encendió de amor republicano los ánimos de los diputados”.

Por supuesto, no hay que olvidar su participación el debate sobre la cuestión religiosa, donde, tras las intervenciones de Fernando de los Ríos, Gil Robles y Álvaro de Albornoz, expresa su discrepancia, pero también deja clara su posición con respecto al nuevo régimen, fuese cual fuese el resultado final del debate: “Dentro de la República, soportando la injusticia y aspirando a modificarla; nada de engrosar las filas de reacción monárquica, ni filas de locura dictatorial; dentro de la República. Y digo en las interrogantes y en las respuestas: fuera de la República, nunca”.

Tras la intervención de Azaña, unos días después, llegó su dimisión de la presidencia del Gobierno, pero ello no significa que desaparezca su actividad como diputado. Entre sus intervenciones más destacadas se hallan la que realiza en defensa de la necesidad de una segunda Cámara, es decir, la defensa de un Senado de acuerdo con el modelo de la III República francesa, y la del 19 de noviembre en el juicio a Alfonso XIII. Este último sin duda fue fundamental para que en determinados sectores políticos aumentara la confianza en él para que se convirtiera en Presidente de la República, cargo para el que fue elegido el día 10 de diciembre de 1931, por 362 votos de los 410 diputados asistentes.

Cuando al día siguiente Alcalá-Zamora acudió al edificio de la carrera de san Jerónimo a tomar posesión de su cargo, finalizaba su trayectoria como diputado.  Comenzaba entonces otra etapa, con aciertos y errores, pero siempre guiado por un principio fundamental: el respeto al orden jurídico. Por ello, reitero lo del principio, es un acto de justicia que su busto pueda estar en el Congreso, como homenaje permanente a un andaluz que alcanzó la más alta magistratura de nuestro país.

* José Luis Casas Sánchez es investigador y Catedrático de Historia