Son tan peligrosos los bulos como los silencios cómplices. Porque para enfrentarse a las mentiras, hace falta gente que se dedique a desmontarlas. Y eso es responsabilidad de todos. Responsabilidad del periodista con los mayores niveles de audiencia y del que está comenzando en la profesión. Pero también responsabilidad de cualquier hijo de vecino que recibe un WhatsApp de su mejor amigo contándole que vivimos en una dictadura.
Nuestro silencio también alimenta y enriquece a los que están detrás de los bulos. De esos bulos que pueden convertir a una persona honesta en el enemigo público número uno. Esos que llegan a servir para acabar con gobiernos legítimos y colocar en el poder a corruptos que solo quieren enriquecerse y hacer aún más ricos a los que les han aupado hasta allí sin importarles lo más mínimo que sea a costa de empobrecer al pueblo y recortar sus derechos.
Prensa, radio, televisión, YouTube, WhatsApp, Telegram, Twitter, Instagram, TikTok… Enfrentarnos a todos y cada uno de los bulos con los que nos bombardean a diario desde una larga lista de frentes no es una tarea difícil. Es imposible. Pero eso no debe frustrarnos ni hacer que arrojemos la toalla.
En esto de combatir a los bulos y sus creadores, cada cuál puede jugar un papel igual de importante. Porque tan importante es que alguien desmonte una infamia y logre 10 000 retuits y 5 millones de visualizaciones como cada uno de los 10 000 que le retuitea. Porque sin ellos no se producirían esos 5 millones de visualizaciones.
Como también es extraordinariamente importante que, antes de compartir una información, intentes cerciorarte de que no se trata de un bulo. Es difícil, pero no imposible. Para empezar, no compartas cualquier cosa que te llega por cualquier vía si no sabes quién es el autor. Por alucinante que parezca, hay gente que da credibilidad a todos los textos que les llegan por WhatsApp, como si el hecho de estar escrita convirtiese la palabra en ley, como si estar publicados en algún lugar de internet los convirtiese en algo cierto.
Es obvio, pero a veces lo pasamos por alto. ¿Qué garantía de veracidad puede tener un texto que nos llega sin enlace alguno en el que podamos al menos verificar que lo ha publicado alguien con un mínimo de solvencia? En un mundo donde hace tiempo que deberíamos haber empezado a preocuparnos por los vídeos creados con Inteligencia Artificial donde cualquier líder de opinión puede aparecer lanzando una afirmación que en realidad no ha hecho, lo cierto es que todavía hay millones y millones de personas a los que les basta recibir un mensaje de WhatsApp de un desconocido en el que asegure que ese líder de opinión ha dicho cualquier cosa para creerse que efectivamente la ha dicho.
¿Y si ese mensaje nos llega con un enlace a una publicación en internet? ¿Lo convierte ya en algo cierto? Evidentemente no. Ahí es donde nos corresponde valorar si se trata de un medio de comunicación con una mínima solvencia —y, en cualquier caso, en todos pueden cometerse errores— o de uno dedicado a hacer negocio con la difusión sistemática de bulos. Como también debemos evaluar si el enlace nos lleva a la publicación de un influencer —odio muy pocas cosas, pero una de ellas es esa palabra— al que no deberíamos dar demasiada credibilidad por arrastrar una larga trayectoria de falsedades o, sencillamente, porque no es en absoluto experto en la materia.
Soy Rubén Sánchez y en ocasiones veo bulos.
Editorial del episodio 56 del pódcast En Ocasiones Veo Fraudes