Lleva razón mi amigo y secretario general de la UGT cuando señala que es ciertamente una maniobra de distracción que lleva como objeto hablar de otra cosa que no tiene nada que ver con el asunto: debatir sobre los sindicatos y no sobre la reforma laboral.

Pero sabe también Cándido Méndez, mejor que yo, que el cuestionamiento de las organizaciones sindicales tiene por objeto debilitar la posición negociadora de los trabajadores y, tal como también se incluye en el articulado de la reforma, dejarles al libre albedrío, a la decisión a veces caprichosa del empresario.

Me dice Cándido que el cuestionamiento de las organizaciones sindicales se viene produciendo especialmente desde el año 2002 y que, me señala, tiene picos. Los momentos de mayor reivindicación se acompañan, como un pico, dice, con instantes de mayor ataque a la existencia de las organizaciones sindicales.

Se cuestiona su representatividad, su forma de financiarse, su funcionalidad, como si el resto de las instituciones, patronal, partidos políticos, no debieran callar antes que hablar; no debieran mirarse a sí mismos antes que criticar al que opina de forma diferente o defiende derechos tan legítimos como el derecho al trabajo.

Los conservadores, la derecha, la patronal con la que coinciden (según ellos mismos), entienden que debemos disminuir las rentas de los trabajadores para garantizar, no el empleo, sino la competitividad espuria de las empresas.

Para ello los sindicatos son un verdadero obstáculo que impide un esfuerzo que, lejos de pedir, se impone a la clase trabajadora. De la misma forma que el desarrollismo de los sesenta recayó sobre sectores intensivos en trabajo con bajos salarios, intensivos en energía con el precio del petróleo bajo e intensivos en endeudamiento con tipos de interés asumibles.

Al mismo tiempo, siguiendo una estrategia premeditada, la transferencia de renta de los trabajadores a las empresas –y vía tasa de ganancia a los empresarios-, ayudada por el cuestionamiento de los sindicatos, se acompaña con el debilitamiento de la posición de los trabajadores.

Debilitamiento que no es otro que el hecho de que nueve de cada diez contratos sea temporal o precario, que apenas se firmen dos mil contratos para discapacitados sobre un millón de contratos laborales al mes, que la mujer tenga catorce puntos menos de tasa de actividad y, sin embargo, existan tantas paradas como parados.

La posición de los trabajadores se debilita en tanto en cuanto la cajera de un hipermercado firma un contrato al día o, como se ha decretado, el período de prueba se alarga a un año.

Nada es casual. Créanme, nada es casual.

Antonio Miguel Carmona es miembro del Comité Federal del PSOE y profesor de Economía

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