Si Felipe González, el líder político que consiguió la primera victoria de la izquierda en la España postfranquista, levantara la cabeza y viera en que se ha convertido Felipe González expresidente del Gobierno, probablemente sentiría una vergüenza rayana con la náusea. Podría haberse quedado tras su paso por la política activa en un decorativo e inútil jarrón chino, como él mismo definió su situación, pero ha preferido lanzarse desde la estantería a riesgo de romper en mil pedazos lo que quedaba de su imagen progresista.

Esta semana ha salido en defensa de Juan Carlos I, solicitando para el emérito la presunción de inocencia. Nada que objetar a un principio al que todos tenemos derecho, si no fuera porque en su declaración el propio Felipe González disculpa de antemano lo que pudiera haber hecho de ilegal su majestad en virtud de los servicios prestados (por cierto, muy bien pagados por sus súbditos) a la patria. Ocurre que cuando uno cree firmemente en la inocencia de alguien no necesita justificarla con su curriculum vitae.

No es la primera vez que Felipe González sale en defensa de un monarca, ya lo hizo con la dinastía Pujol cuando se hicieron públicos los tejemanejes de la ilustre familia catalana. También entonces aludió a la presunción de inocencia y a los servicios prestados. Por las últimas informaciones aparecidas esta semana, parece que el magistrado José de la Mata, instructor del caso, no coincide con el exdirigente y exsocialista González en sus apreciaciones. La petición del juez es sentar en el banquillo a los nueve miembros de la familia real catalana por "formar una organización criminal para enriquecerse".

Puede que el mal de González sea de ojo, quiero decir de mal ojo para identificar delincuentes. Pero también pudiera ser que lo que tanto nos ha cabreado a la mayoría de los ciudadanos, al descubrir que quienes se nos presentaban como salvapatrias, a quienes hemos pedido tan poco y dado tanto,  son unos simples malhechores, a él le resulte indiferente. Quizá la clave esté en que lo que para muchos ha sido una sorpresa, para González no lo haya sido en absoluto.