El fin de semana, del viernes 12 al domingo 14 de septiembre de 2008, cabalgaron por Wall Street y por todas las bolsas del mundo, los caballos del Apocalipsis.

George W. Bush, hiperconservador y enemigo declarado de la intervención del Estado, había aceptado la nacionalización de Fannie Mae y de Frieddie Mac, las grandes financiadoras de la vivienda, ventilador mundial de las hipotecas basura.

El presidente se rindió ante los devastadores efectos de su política de autorregulación, o sea del libertinaje de la no regulación.

Sin embargo encuentra consuelo dejando caer a Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión de los Estados Unidos de acuerdo con las recomendaciones de su secretario del Tesoro Henry Paulson, otro liberal salvaje, y del presidente de la reserva Federal (FED), Ben Bernanke.

Lo hacen con la buena intención de dar un severo ejemplo al comportamiento fraudulento de la banca, una buena decisión moral que estuvo a punto de provocar el colapso de la economía mundial.

Se hunden los mercados y el presidente entra en pánico y socorre a Merril Lynch y a AIG, la compañía que había asegurado la basura, entra en el capital de los grandes bancos y lleva al Congreso un plan de salvamento de 700.000 millones de dólares.

El sistema defraudador era tan sencillo como irresponsable: Fannie Mae y Freddie Mac otorgaban hipotecas alegremente, sin preocuparse por las garantías; AIG las aseguraba; las agencias de calificación, las Standard and Poor, Moody´s y compañía, las calificaban conla mejor nota, normalmente con la triple A de la excelencia, y los bancos de todo el mundo llenaban de basura sus depósitos.

Partían de la convención de que eran demasiado grandes para caer, un principio arrumbado desde entonces como tantos otros.

Henry Paulson y Ben Bernanke, entre otros, habían llegado a la conclusión de que, de no intervenir se produciría un cataclismo infinitamente peor que el del 29.

Lo peor no era el riesgo de depresión duradera como la de entonces sino el de que la economía dejara de funcionar. Que, como decía Paulson en petit comité, uno vaya a un supermercados y no pueda comprar un litro de leche.

El peligro de entonces vuelve a considerarse hoy como una posibilidad muy real, un peligro irradiado esta vez desde Europa.

Según sostienen gurús privados y responsables de organismos internacionales vivimos ahora una situación aún más peligrosa que la que provocó la caída de Lehman.

El consuelo que nos queda es que los gurús no previeron la crisis y que ahora pudieran estar curándose en salud dramatizando en exceso.

No hay que dejarse llevar por el pánico pero toda precaución es poca. Parece que así lo han visto Ángela Merkel y el tribunal Constitucional alemán que han levantado obstáculos a una solución europea dejando el camino expedito  para el rescate de Grecia y de lo que haya que rescatar. En definitiva para apoyar el euro a toda costa.

José García Abad es periodista y analista político