Empiezo a tener la certeza, empíricamente comprobada, de que el ser humano es la especie más estúpida de las que habitan la tierra. Ya tenía mis sospechas ante la inacción mayoritaria, salvo arcangélicas y comprometidas criaturas, frente a sucesos evidentes que nos afectan a todos como el cambio climático, las migraciones forzosas por cuestiones de guerra y hambre, así como el daño cruel y premeditado hacia nuestros propios congéneres.  Si alguna duda tenía, todo lo que está sucediendo con la gestión unipersonal de la pandemia de la Covid-19 ha conseguido que el optimista crónico que fui se haya convertido en un estoico cabreado al que la ironía otorga, de tarde en tarde, rasgos de cínico melancólico. 

Cuando el 21 de junio se declaró el fin del estado de emergencia, los bien pensantes esperábamos que la llamada “nueva normalidad” sería asumida con responsabilidad por todos. Los vociferantes presidentes y presidentas de las respectivas autonomías, que se quejaban de la mala gestión gubernamental de la pandemia, recibían de nuevo sus competencias sanitarias. Los ciudadanos, acogotados por la inédita situación de confinamiento por razones de salud, debíamos asumir nuestras responsabilidades cívicas, no sólo por nosotros, sino por los demás conciudadanos, empezando por nuestras propias familias. Pues bien, aquí estamos, en puertas de la Virgen de Agosto y, a este paso, con el desborde generalizado, y no sólo en España, en todo el mundo, de los rebrotes y nuevos contagios, me veo, como en una famosa serie televisiva, poniéndole velas a la Santa Muerte.

En una comparecencia pública, Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Emergencias y Alertas Sanitarias del Ministerio de Sanidad, ha asegurado que es importante “mantener la tensión” y ha explicado que “septiembre es un momento de riesgo porque los grupos que no habían estado en contacto vuelven a encontrarse”. Comienza además el periodo de la gripe, desde finales de septiembre a octubre y noviembre, y los virólogos están preocupados con la posible mezcla de virus estacional y el coronavirus. Los brotes activos en España ascienden a 837, con más de 9.200 personas contagiadas, según el último balance del Ministerio de Sanidad, que contabiliza 1.181 focos desde que finalizó el estado de alarma, con más de 13.200 personas infectadas.  El Ministerio de Sanidad sigue con especial inquietud los brotes en Aragón, que afectan a varias comarcas de Huesca y Zaragoza y han tenido que retroceder a Fase 2, y en Cataluña, con focos muy numerosos en Lleida y el área metropolitana de Barcelona. En ambos casos, “las medidas han sido muy eficaces y pueden servir de ejemplo para muchas comunidades autónomas”, ha valorado el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón.

No voy a entrar en el despiece de las señoras y señores presidentes de Comunidades autónomas que aseguraban que administrando ellos sus competencias la gestión habría sido mejor. No merece la pena gastar más argumentos ante lo evidente, como un Torra,  Presidente de la Generalidad de Cataluña, que no había previsto suficientes camas hospitalarias ni refuerzos médico sanitarios, o una Isabel Díaz Ayuso, que hacía lo mismo, y hoy sigue sin ser capaz de gestionar ni a los rastreadores, que pretendía sacar gratis et amore de los estudiantes de MIR, y que ahora encarga, bien pagados y con cargo a las arcas de la Comunidad, a sus amigos de la empresa privada, siendo, además, insuficientes, para lo necesario por población.  Apelo a algo mucho más importante y fundamental como es la responsabilidad y conciencia ciudadana de cada uno de nosotros. No puede ser que, en ese pico de nuevos brotes y contagios casi el 80 por ciento se deba al grueso de población de menores de 30 años. No es admisible que nuestros jóvenes sean, mayoritariamente tan inconscientes e insolidarios porque, si es así, y lo parece según los fríos datos de las estadísticas, hemos fracasado como sociedad, como padres, tíos, educadores y referentes. No valdremos nada como grupo, como especie, si seguimos permitiendo que el incivismo y la frivolidad imperen, causando muertes, enfermedades, y una crisis económica global de la que aún no sabemos cómo vamos a salir, si es que salimos. Porque la responsabilidad, esa que, ciertos políticos, infantilmente achacan a los otros, es una cosa personal e intransferible. Nosotros, como individuos, tenemos la obligación de asumirla, y con ella, la de salvaguardarnos como entes, salvaguardando a los demás, como colectividad. Pero, sinceramente, cada vez albergo menos esperanzas. Creo que nuestra cultura como especie está en un punto crítico de reseteo o desaparición y, tal vez los supervivientes no sean los mejores…

Ojalá todos esos insolidarios empiecen a tomar conciencia de las distancias no respetadas en supermercados, farmacias, aceras, paseos, playas, trenes, aviones, terrazas, etcétera, cuando empiecen a contagiar y perder a sus abuelos, padres, hermanos, parientes embarazadas, amigos…Los que estábamos concienciados y  hemos sufrido ya la muerte de varios familiares, amigos, o visto los efectos secundarios de los que sobreviven, no damos crédito a las actitudes que vemos. Porque la responsabilidad no es eso que tienen que asumir los otros, sino una obligación moral, cívica y humana que tenemos que respetar cada uno.