Más de tres mil litros de agua por pieza: ese es el consumo que genera la fabricación de unos pantalones tejanos. Y alrededor de cuarenta millones de hectáreas: ese es el terreno destinado al cultivo del algodón con el que se confecciona su tejido.

Si a ello unimos el impacto derivado del uso de agroquímicos o las emisiones asociadas a su transporte concluiremos que el precio de unos tejanos en rebajas, hasta menos de diez euros, no incluye su coste ambiental. Si fuera así, el precio de esos mismos pantalones se dispararía por encima de los 100 euros.   

La fabricación de prendas de vestir genera un importante impacto en el medio ambiente. La mayoría de las que se amontonan estos días en las rebajas proceden de países como China, Marruecos o Vietnam donde las grandes firmas de ropa huyeron no solo en busca de mano de obra barata, sino para eludir las exigentes normativas medioambientales europeas o norteamericanas y contaminar sin tener que rendir cuentas a nadie.

En esos países las maquilas del textil tienen barra libre para derrochar el agua que falta en las casas de la gente, multiplicar la deforestación que sufren las regiones productoras de algodón, incrementar los vertidos contaminantes o emplear sustancias tóxicas de todo tipo, la mayoría de ellas incorporadas a los tejidos.

Según un estudio de la Fundación Ellen MacArthur para la Economía Circular cada segundo va a parar a los vertederos un camión de basura lleno de ropa. Sesenta camiones por minuto.

El mismo informe concluye que el valor estimado de toda esa ropa, en gran parte usada apenas una sola vez, es de casi medio billón de euros anuales. Una cantidad que no para de aumentar año tras año y que, por estas fechas, cuando las rebajas invitan a un consumo compulsivo de prendas de vestir, se dispara en todo el mundo.

Debido a ello la fracción del textil representa ya entre un 6% y un 8% de los residuos sólidos municipales, situándose como la quinta fracción más importante de nuestro cubo de la basura tras los restos de materia orgánica (básicamente comida), los envases de plástico y metal, el vidrio y el papel y cartón.

Asimismo los residuos del textil liberan medio millón de toneladas de microfibras de plástico al océano cada año, lo que equivale a más de 50.000 millones de botellas de dicho material. Son los llamados microplásticos: unas sustancias tóxicas cuya presencia en el entorno no para de crecer y que acaban incorporándose a la cadena trófica, una cadena de la que nosotros mismos somos un eslabón.

Así, existen informes científicos que revelan la presencia de microplásticos no ya en el pescado y el resto de alimentos procedentes del mar, sino en la propia sal marina que usamos para condimentar, incluso en el agua que bebemos. La situación es tan seria que muchos países han empezado a aprobar leyes específicas para prohibir la fabricación y venta de prendas de vestir elaboradas con fibras sintéticas de plástico.

Pero mientras esa decisión se generaliza, es necesario que como consumidores tomemos conciencia del alto coste que tiene para nuestra salud y la del planeta el consumo compulsivo de ropa de bajo precio elaborada con tejidos de baja calidad y vida muy corta, un consumo que se dispara especialmente en estas fechas.