La no violencia es el pilar de la ética, y es la meta de la evolución, por más que los que nos hablan de moral ni lo mencionan; hasta que no dejemos de dañar a otros seres vivos seguiremos siendo unos salvajes. Estas palabras del científico y humanista norteamericano Thomas Edison, a finales del siglo XIX, me resuenan en muchísimas ocasiones, muchas más de las que me gustaría, y me recuerdan que vivo en un país torturador, un país adoctrinado no sólo en justificar la tortura, el desprecio y la muerte de seres inocentes, sino también habituado a gozar y disfrutar de ello, lo cual es psicopatía pura y dura. Para mí es algo muy triste, porque denota, además de otras muchas cosas, la tremenda tosquedad y la insensibilidad enorme que puede habitar en el ser humano.

Me han vuelto a resonar esas palabras con fuerza hace unos pocos días, cuando me enteré de la vergonzosa petición de financiación y de indemnizaciones millonarias para toreros y ganaderías, por la crisis del coronavirus, del sector taurino al ministro de cultura;  y me han resonado cuando he leído que el Ministerio de Cultura se ha comprometido con esa petición y va a incluir las corridas de toros en el paquete de ayudas que se van a aplicar  a las actividades de tipo “cultural”;  también cuando, casi a la vez, me ha llegado una iniciativa de la asociación Anima Naturalis recogiendo firmas para exigir al Gobierno que rechace esa petición, que priorice y no se destinen fondos públicos al rescate de la tauromaquia. Por supuesto, inmediatamente firmé, como ya han hecho más de 60.000 españoles más, y se remitió la carta correspondiente con mi nombre.

La Sanidad pública está como está, asolada por dos décadas de gobiernos de la derecha que la han desmantelado, un 26 por cien de los españoles están en riesgo de pobreza y exclusión social, y el país, tras el parón por el coronavirus, va a quedar en una situación económica crítica. Que en estas circunstancias estos señores del toreo soliciten más subvenciones públicas del dinero que aportan a las arcas del Estado muchos miles de españoles que, como es mi caso, abominan de la práctica sádica de aturdir, humillar, torturar y asesinar a un bóvido indefenso, me parece muy inmoral. Igual de inmoral me parece que allá donde gobierna la derecha se multiplica esa financiación infame. Es muy elocuente el aumento sistemático de cobertura que le otorga siempre la derecha y la extrema derecha a la tauromaquia. Es evidente que en su ideario emocional forma parte importante el apego a la tortura y el desprecio a los demás.

La asociación de veterinarios animalistas AVATMA asegura que el mundo del toreo sobrevive por las subvenciones, partidas presupuestarias de muchos miles de euros que se destinan a financiar actividades taurinas desde Ayuntamientos, diputaciones y autonomías. No es fácil calcular el total del dinero público que se destina a la tauromaquia, porque proviene de organismos e instituciones diversos.  Pero sí es fácil saber que la pervivencia de este espectáculo torturador y bochornoso se debe principalmente a esas subvenciones en este país nuestro en el que ya a estas alturas la sociedad ya no es tan ignorante y tan zafia, y está tomando conciencia.

 En un país en el que cada día son más los ciudadanos que se oponen a las corridas de toros (casi el 50%, frente al 41,2 de los que las defienden, y en el que más del 80% de los jóvenes de entre 16 y 24 años se avergüenza de vivir en el país de las corridas de toros), que me cuenten en qué fundamento social o político se basa la supuesta legitimidad de esa financiación pública. El argumento absurdo de la supuesta defensa de una tradición es absolutamente indefendible. Tradiciones ha habido muchas, y algunas muy bárbaras. El hecho de que algo se haya llevado a cabo de manera repetida en el pasado no lo legitima. Si así fuera, se seguiría quemando a gente viva en hogueras de la Inquisición, por ejemplo, o torturando y cortando cabezas a los sospechosos de pertenecer a otra religión, o de tener en casa un simple libro de ciencia. Torturar y asesinar con saña a un ser vivo no está muy lejos de esas barbaries.

Todos los años son torturados y asesinados, con saña y alevosía, aproximadamente 10.000 toros, y varios miles más son acosados y maltratados en las fiestas de los pueblos y ciudades de España. Es algo que me entristece y me avergüenza, y no es algo español. Es algo que nos imponen, como tantas otras cosas. Cientos, miles, millones de españoles con conciencia rechazan con rotundidad y han rechazado a lo largo de la historia estos espectáculos sangrientos.

Decía, por ejemplo, Concepción Arenal en el XIX que “en la plaza de toros hay una fiera, pero no es el toro”. En un estado de emergencia sanitaria, de una previsible recesión económica que la va a suceder y que dejará a millones de familias españolas en situación crítica, el destinar financiación pública a estos mercaderes de la sangre, de la crueldad y del horror me parece abominable. La crueldad no es cultura, es salvajismo y atrocidad. No a la financiación pública de esta monstruosidad. NO con mi dinero.