Recuerdo que Joan Tardà, el diputado de Esquerra Republicana, un tipo muy entrañable y mucho menos fiero en persona de lo que parece, tenía una forma muy cómica y acertada de definir a su propio partido. Cuando todavía gobernaba el tripartito en Cataluña, solía decir: “En ERC somos tan oposición, que incluso la hacemos cuando estamos en el Gobierno catalán.”

Hay formaciones políticas que por su idiosincrasia están destinadas a ser siempre oposición. Incluso aunque gobiernen, haciendo bueno el dicho de Tardà. Porque saben que es la única forma que tienen de poder seguir defendiendo sus programas políticos imposibles y sus propuestas demagógicas.

Estar en un gobierno, autonómico o estatal, es como jugar a la ruleta rusa. Puedes esquivar la bala unas cuantas veces, pero si continúas jugando llega un momento en que se te incrusta en el cráneo. En la política de ese nivel, no se trata de perder o ganar. Porque vas a perder tarde o temprano. La cuestión es que sea una pérdida recuperable y no definitiva.

Por eso Pablo Iglesias no podía aceptar apoyar un gobierno de coalición con un programa progresista. Él no, pero Errejón sí. Así que el hombre que ha hecho su carrera política a base de denostar las viejas prácticas de siempre, inició una purga contra sus enemigos en el propio núcleo de Podemos.

Porque Iglesias sabía que no puede aceptar que haya una corriente dentro de su propio partido o en su entorno que reclame un pacto con el PSOE. Del mismo modo que cada vez que personas como Carlos Jiménez Villarejo o Manuela Carmena solicitan ese acuerdo, una gota de sudor frío recorre la frente del secretario general podemita.

Formar parte de un gobierno significa demostrar que no eres infalible. Que no tienes esa bala de plata con la que amagabas en tus discursos para combatir los problemas. Que eres, en definitiva, tan solo uno más que pretende hacer las cosas del mejor modo posible, pero que eso no es suficiente.

Y una vez desenmascarada la humanidad de un ser que tiene aires mesiánicos, poco o nada queda del encanto inicial de sus palabras taumatúrgicas.  

Por eso Podemos no formará gobierno con nadie. A no ser que tuvieran mayoría absoluta. Así podrían controlar los medios y la información en cierta medida, como ya insinuaron, contemporizando los daños inevitables de gobernar y frenar su caída.

Del mismo modo que no forman parte tampoco de ningún gobierno autonómico en comunidades como Balears, Valencia o Castilla-La Mancha. Ahí prestan un supuesto apoyo parlamentario basado en un pacto previo, pero lo cierto es que también ejercen alternativamente la oposición sin dudarlo, confirmando que esa es, en realidad, su verdadera naturaleza.

Así que la fábula es cierta, en realidad siempre lo ha sido: el escorpión, eternamente, acaba comportándose como un escorpión.