Pocos conocen la historia de este himno, “La Muerte no es el Final”, adoptado institucionalmente desde 1981como canto para honrar a los caídos en acto de servicio de las Fuerza Armadas españolas, y que se entona frente a la llama eterna del Monumento a los Caídos por España. Himno de homenaje de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado constitucionales, en democracia, que entonaron los cadetes y marineros del buque escuela Juan Sebastián el Cano cuando pasaron para honrar también a los marineros argentinos fallecidos tras el hundimiento de su submarino, el ARA  San Juan, en las aguas del Atlántico Sur. La composición la realizó el sacerdote Cesáreo Gabaráin Azurmendi, un conocido compositor de canciones y poemas religiosos, tras la muerte prematura del joven organista  de su parroquia. Me he acordado de esta canción de consuelo y su letra, con respeto y también cierta ironía, para plantear las penalidades añadidas que muchos familiares, supervivientes al fallecimiento de seres queridos en casi un año ya de pandemia, venimos padeciendo por parte de administraciones y, sobre todo, la voracidad inhumana de compañías y empresas  de todo tipo, que no sólo no empatizan y facilitan los trámites de bajas de los familiares de los difuntos, sino que dificultan, complican, e incluso tratan de sacar beneficios de circunstancias dolorosas.

Tema del que no se habla demasiado y debería ser atendido por los responsables políticos y las asociaciones de consumidores. El maltrato y el ninguneo generalizado de los que quedamos vivos para tratar de cerrar seguros, contratos de líneas telefónicas, suministros, servicios, por no hablar de las gestiones administrativas de bancos, registro de la propiedad, etcétera, no sólo es incomprensible, sino que causa un daño añadido a los que, teniendo bastante con tener que encajar la desaparición de un ser querido al que, ni siquiera hemos podido despedir como era debido, tenemos, encima, que aguantar la desidia, el insulto, o incluso el intento de sacar beneficios de unas administraciones y empresas absolutamente deshumanizadas.  Bien saben de lo que estoy hablando las muchas personas y familias que lo están viviendo en sus carnes, como la mía, que las pasan canutas para tratar de conseguir poner en limpio, responsablemente, las cuentas, las casas, los papeles y títulos de propiedad, en lo que supone un doloroso ejercicio de seguir recordando que, todo esto,  te pasa por haber perdido a alguien y querer hacer las cosas bien. Pongo un pequeño ejemplo personal, porque es extrapolable al de otros miles en nuestro país. Después de 10 meses de pelea para arreglar papeles, contratos, seguros, titularidades, mi familia y yo nos encontramos una y cien veces con que, las amables empresas de servicio, de todo tipo, que no han tenido ningún problema en dar de alta todo tipo de servicios, cuando les participas que tu familiar ha fallecido y que quieres dar de baja el servicio, te dicen que, dicho servicio no lo puede dar de baja más que el titular que lo dio de alta. Ante la estupefacción, pues es evidente que un difunto no puede dar de baja un servicio, a menos que en dicho contrato incluyan servicio Medium o Ouija. Se escudan en que es su “protocolo”, y con las mismas, te gustaría saber, de ser cierto, quién creo un protocolo tan estúpido como perverso, pues a los que sigue beneficiando es a la empresa.   Tras perder horas de llamadas, correos electrónicos, reviviendo una y otra vez la pérdida de tu familiar, te dicen, con suerte, que debes enviar escaneados partidas de defunción, documentos identificativos del titular difunto, etcétera, eso sí, si quieres hacer un cambio de titularidad y quedarte tú como tomador del servicio, no hay problemas ninguno: lo hacen automáticamente y por teléfono sin ninguna objeción. De locos ¿verdad?  Todo esto que cuento, y que no sólo le está sucediendo a mi familia, alcanza cotas de dolosa responsabilidad, yo creo que penable, y los estamos estudiando, cuando compañías como Naturgy, en la mecánica alocución de sus teléfonos dices la palabra “baja” te cuelga automáticamente el teléfono. Después de dos meses tratando de realizar dicha operación, y de efectuar todo lo solicitado, sigue siendo imposible dar de baja dichos servicios de suministros y sus seguros colaterales, insistiendo, de nuevo, en que debe ser la titular, fallecida, quien lo haga. ¿Alguien puede explicarme semejante insensatez? ¿Debo aparecer con el féretro de mi madre en alguna oficina para poder darme de baja? ¿Alguien va a compensarnos a los familiares, no sólo por el tiempo y dinero invertido sino por el dolor añadido que nos causan estas circunstancias? Me temo que no. No parece importarle a nadie. No podemos sorprendernos cuando en pleno pico de ola de frío histórica de Filomena, esta compañía de electricidad y gas, como las demás, aprovecharon la necesidad, en plena sindemia económica y de emergencia sanitaria, para subir los precios, y sacarles la sangre a los pobres que necesitaban calentarse de temperaturas bajo cero. Circunstancias de inhumanidad como esta están volviendo a poner sobre la mesa el fondo de la lucha de clases que, durante mucho tiempo, anestesió la sociedad del bienestar que tiburones como estas empresas, y sus profetas pagados en la política, defienden. Está claro que, la muerte no es el final. Hasta después de muerto, y ante una legislación endeble y poco clara, sujeta a interpretaciones, alimañas carroñeras como estas empresas, sus dueños, y sus trabajadores alienados, impunes, crueles y deshumanizadamente, siguen alimentándose de los muertos y sus familiares.