Juan Manuel Moreno Bonilla ya no puede salir a la calle sin escuchar lo que de verdad piensa de él una parte creciente de la ciudadanía andaluza: abucheos, pitadas, pancartas y rechazo. Lo hemos visto en centros de salud, en actos deportivos y ahora también en la universidad pública.

Lo que antes eran tímidas protestas aisladas hoy se han convertido en un clamor: el presidente de la Junta ha agotado su crédito político y social. La sonrisa impostada ya no tapa seis años y medio de recortes y abandono de los servicios públicos. El último episodio, en la Universidad Pablo de Olavide (UPO) de Sevilla, es un símbolo: un presidente que presume de moderación pero que tiene que salir por la puerta de atrás para evitar a sus propios estudiantes.

La imagen es devastadora. En la inauguración del curso académico de las universidades andaluzas, el presidente de la Junta no pudo salir por la entrada principal del Paraninfo. Afuera le esperaba una sentada estudiantil organizada bajo el lema “contra la privatización e infrafinanciación”. Multitud de jóvenes, muchos de ellos de la plataforma UPOxLaPública, le dejaron claro con sus pancartas y consignas que no toleran su política universitaria. 

Moreno Bonilla, que tanto presume de escuchar, eligió la huida: evitó el contacto con quienes sufren sus decisiones. El prefiere los focos, los toros, las ferias y las comidas opíparas que mirar a la cara a una comunidad universitaria que se siente engañada y asfixiada. Esa foto de un presidente escondido es la metáfora perfecta de su legislatura.

La protesta no surge de la nada. Desde hace años, las universidades públicas andaluzas denuncian una asfixia económica. Moreno Bonilla y su consejero de Universidad Villamandos, sin duda el peor consejero en la historia de Andalucía, han incumplido compromisos básicos, han recortado presupuestos y han bloqueado titulaciones estratégicas para las universidades públicas, mientras abrían las puertas de par en par a las privadas. 

La lista de agravios es larga: grados denegados a la pública y regalados a chiringuitos privados, precariedad laboral en el profesorado —con contratos por 300 o 400 euros—, recortes en investigación y becas insuficientes para quienes más las necesitan.

En paralelo, el PP andaluz se ha convertido en campeón nacional de la privatización universitaria. Desde que Moreno Bonilla llegó a San Telmo, se han autorizado cinco nuevas universidades privadas en Andalucía. Centros que, en muchos casos, no cumplen ni con los requisitos técnicos ni con la experiencia suficiente, pero que reciben facilidades, grados de futuro y una promoción institucional que se niega sistemáticamente a la pública. Lo que debería ser una estrategia educativa se ha convertido en un negocio para unos pocos, con el beneplácito del Gobierno andaluz.

No se trata solo de números, sino de un modelo. El modelo de Moreno Bonilla expulsa a miles de jóvenes de las aulas públicas y los empuja a pagar hasta 46.000 euros en centros privados si quieren estudiar carreras de futuro. Eso no es libertad de elección, como él repite; eso es mercantilización de la educación. La universidad pública no puede convertirse en un privilegio reservado a quienes tienen dinero. Su esencia es lo contrario: ser un derecho universal, un ascensor social, un espacio donde lo que cuenta es la capacidad y el esfuerzo, no el código postal ni el saldo de la cuenta corriente.

Las protestas de la UPO no son un hecho aislado. Hace meses vimos abucheos en la Universidad de Jaén, lo mismo en Estepa, y pitadas masivas en el Palacio de Deportes Martín Carpena de Málaga durante un partido del Unicaja, donde el presidente acudió acompañado de Feijóo y Bendodo esperando ovaciones. Lo que recibió fue un rugido de rechazo. También en Écija tuvo que abandonar un acto sanitario entre protestas multitudinarias. Cada vez que se expone sin filtros, sin alfombra roja ni público controlado, la reacción es la misma: pitidos y gritos de hartazgo.

El discurso de la moderación se ha derrumbado. Moreno Bonilla quiere proyectar la imagen de un presidente tranquilo, alejado de la confrontación. Pero la realidad lo desmiente: no hay nada más confrontador que asfixiar a la sanidad, la educación y la universidad públicas. No hay nada más radical que abrir la puerta a universidades privadas que convierten la educación en negocio mientras se recortan recursos a las que garantizan la igualdad de oportunidades. La supuesta moderación se ha convertido en cinismo.

La universidad pública es mucho más que un espacio de formación. Es investigación, innovación, cultura, movilidad social. Es la herramienta más potente que tiene Andalucía para generar talento, fijar población al territorio y construir un futuro más justo. Desfinanciarla no es un simple ajuste contable: es condenar a una generación entera a la precariedad o a la emigración. Es hipotecar el futuro de una tierra que ya sufre demasiado desempleo y desigualdad.

Los estudiantes de la UPO lo resumieron en un comunicado: “La Junta quiere cerrar nuestras universidades y no lo vamos a consentir”. Puede sonar duro, pero refleja una percepción real. Cuando se ahoga económicamente a las universidades públicas, cuando se precariza a su personal, cuando se bloquean grados de alta demanda mientras se conceden alegremente a las privadas, lo que se está haciendo es un desmantelamiento silencioso. Y la comunidad universitaria ha dicho basta.

El episodio de Sevilla deja varias lecciones. La primera, que la fachada de moderación de Moreno Bonilla ya no engaña. La segunda, que la juventud andaluza ha despertado y no está dispuesta a resignarse. Y la tercera, que la universidad pública se ha convertido en un símbolo de la resistencia frente a las políticas del PP. Un símbolo poderoso, porque conecta con miles de familias que saben que sin una universidad pública fuerte sus hijos e hijas no tendrán las mismas oportunidades que otros.

Moreno Bonilla puede seguir saliendo por la puerta de atrás, puede seguir blindándose con escoltas y sonrisas ensayadas, pero la realidad le alcanza. Andalucía ya le ha puesto nota, y el suspenso es claro. Lo que ocurrió en la Pablo de Olavide no es un incidente puntual: es el reflejo de un presidente cada vez más aislado, cada vez más cuestionado y cada vez más incapaz de enfrentarse a lo que realmente piensan de él quienes deberían ser el corazón de su proyecto: los andaluces y andaluzas.

La universidad pública no se vende, se defiende. Y mientras Moreno Bonilla siga gobernando de espaldas a esa evidencia, seguirá encontrándose lo mismo en cada visita: rechazo, abucheos y la certeza de que, aunque él se esconda, la calle ya ha hablado.