Percibo que poco a poco va habiendo más gente que se aleja de las celebraciones religiosas que acompañan a esta época del año. Y percibo que lo común es que la mayoría hacen celebraciones familiares sin tener en cuenta el supuesto significado religioso que hay tras ellas. Y eso no es precisamente una buena noticia, porque, con el pretexto sempiterno de lo que llaman “tradición”, lo que ocurre, en realidad, es que acabamos automatizando nuestras ideas y nuestros hábitos, sociales, familiares y personales, sin someterlos a cuestión, y muchas veces sin ser, siquiera, tenidos en cuenta de manera consciente.

De tal manera que mucha gente celebra la Navidad sin saber siquiera qué celebra, dejándose llevar por las ideas con las que nos adoctrinan en la infancia y por la inconsciencia colectiva y el mimetismo; aunque, en realidad, esa desidia forma parte, desgraciadamente, de la naturaleza humana. Los dogmas religiosos que supuestamente dan sentido a las fiestas navideñas no son, en realidad, el origen de estas fiestas. Desde tiempos inmemoriales distintas civilizaciones y culturas precristianas y precolombinas han festejado la llegada de los solsticios del Sol como los grandes motivos de celebración a lo largo del año. El Solsticio de verano se celebraba desde hace miles de años concurriendo con el final del calor y la recogida de las cosechas. El Solsticio de Invierno –cuando el cenit solar está en el Trópico de Capricornio, y ello ocurre todos los 21 de diciembre- se ha celebrado siempre, desde hace muchos miles de años, festejando el final de la oscuridad otoñal, el inicio del regreso de la luz del sol y de un nuevo ciclo natural de la vida; con un significado profundo de renovación, de ilusión, de renacimiento.

En Europa casi todas las culturas anteriores al cristianismo celebraban estos dos cambios de ciclos solares, ciclos que marcaban el ritmo de la naturaleza y, por tanto, el ritmo de la vida en todas sus manifestaciones. Muy especialmente las culturas greco-romana, con sus Saturnalias y sus fiestas del Sol Invictus, y la maravillosa cultura celta, absolutamente ligada a la naturaleza, con sus Fiestas de Yule, hacían grandes celebraciones en los Solsticios, con quema de hogueras como símbolo de renovación, y con invocaciones a sus deidades, que solían ser los elementos naturales, porque gestaban, alimentaban y cuidaban la vida: el Sol, los árboles, los bosques.

La llegada del cristianismo como grupo poderoso de poder, auspiciado por Constantino justo antes de la caída del Imperio romano, fue acabando, y no por métodos pacíficos, precisamente, con todas estas culturas ancestrales que consideraban sagrados a los elementos de la Naturaleza. El cristianismo  impuso violentamente sus dogmas y sus creencias alejando al ser humano de su alianza con la natura, a la que pertenece, de la que proviene y de la que forma parte. Ha considerado siempre como “pagana” cualquier creencia aunada al respeto a la vida natural, y han alejado a la humanidad de ese respeto a partir del antropocentrismo que propaga la idea de que la naturaleza y sus criaturas están al servicio del ser humano, justificando así el expolio y el abuso del planeta y de sus criaturas.

Leía en los últimos días la noticia que ha salido en los medios de las críticas que ha suscitado la ministra en funciones para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, por haber felicitado a sus seguidores en Twiter con la frase “Feliz Solsticio de invierno”, en lugar de la consabida “Feliz navidad”. Junto a esa felicitación, Ribero colgaba un vídeo, un precioso vídeo, en el que se leen ideas como “tiempo de renacimiento, de renovación, de esperanza, de ilusión, de compartir, de amistad”, “por un 2020 mejor y más sostenible”. Tuvo que rectificar después, ante tantas críticas, exponiendo explícitamente que respeta cualquier idea o creencia; a los que celebran la nochebuena y a los que no. Como si viviéramos inmersos todavía en el pensamiento único, es decir, en una dictadura ideológica.

Es curioso cómo los que exigen para sus ideas o creencias un respeto que no merecen, se abstienen absolutamente de respetar ideas o creencias distintas a las suyas en los demás. En eso consiste la democracia, y también la laicidad, en el respeto a todas las ideas, en la aceptación de la diversidad y en la asepsia confesional del Estado, algo muy lejano a la realidad en nuestro país.

La nativitatis cristiana es una versión más del renacimiento de la vida que han celebrado culturas ancestrales desde prácticamente el inicio de los tiempos. Las celebraciones del Solsticio invernal son muy anteriores al cristianismo y también forman parte de nuestras tradiciones, mucho más ancestrales que la navidad. Pero cada quién es muy libre de celebrar la navidad cristiana, o de celebrar el renacimiento de la luz del Sol, o de no celebrar nada. Aunque otro gallo nos hubiera cantado si no se hubieran masacrado a las culturas que tenían la sabiduría y la espiritualidad  para percibir que los seres humanos compartimos con la naturaleza y todos sus elementos no sólo el mismo latido, sino también el mismo destino.

Percibo que cada año más gente  recupera esa memoria ancestral de viejas celebraciones naturales que nos alejan de dogmas impuestos y nos acercan a valorar la importancia de respetar y de cuidar este hermoso planeta que podría ser, si no fuera tan maltratado, un verdadero paraíso.

Feliz Solsticio de Invierno. Por un 2020 mejor y más sostenible