A medio plazo, las corridas de toros podrían pasar a mejor vida. Son un anacronismo en un mundo que intenta volcarse en la conservación del medioambiente y en contra del maltrato animal. La mayoría de las leyes del mundo occidental apuntan en ese sentido. Y aunque en España aún existen festejos taurinos, la cuestión se encuentra en pleno debate. Por supuesto, el mayor, pero no el único, rechazo a la prohibición llega desde la derecha, que hace un culto a la tradición. Lo que habría que plantear es si una tradición, por sí misma, tiene que convertirse en algo positivo.

Tan politizado está el tema que, cuando Cataluña gobernaba Artur Mas, decidió prohibir las corridas de toros, se dijo que esa no era más que una pataleta antiespañola. Nadie se planteó esa misma idea cuando en 1991 se prohibieron los toros en Canarias.

Y si todo esto no bastara para confirmar la relación de los toros con la política, especialmente con la derecha y la ultraderecha, se podría añadir lo sucedido en Palma de Mallorca con el regreso de las corridas, después de un intento local de prohibición, desautorizado por el Tribunal Constitucional. A las protestas en el entorno de la plaza, se respondió desde la megafonía con el Cara al sol. No en vano, se conocen estos festejos como la Fiesta Nacional.

Y aunque los antitaurinos parecen algo que haya surgido hace dos días, lo cierto es que en la primera mitad del siglo XIX, Mariano José de Larra, el patriarca de los periodistas españoles, veía las corridas como algo indigno. Larra escribió entonces: “Van a ver a un animal tan bueno como hostigado, que lidia con dos docenas de fieras disfrazadas de hombres, unas a pie y otras a caballo, que van a disputar el honor de ver volar sus tripas por el viento ante la faz de un pueblo que tan bien sabe apreciar ese heroísmo mercenario”.

Es evidente que las corridas de toros han entrado en cierta agonía. Hay un 60 por ciento menos de festejos que en 2007. Y el año pasado no hubo ninguna corrida en Baleares, Cataluña, Canarias o Ceuta. El periódico La Rioja informaba hace un par de días que la cifra de los festejos taurinos retrocede en la Comunidad Autónoma.

A veces parece que la crispación contribuye a mantener con vida una actividad condenada, antes o después, a la desaparición natural. ¿Entonces conviene protestar y darles un pequeño balón de oxígeno, por eso de la acción-reacción, o dejar que mueran solas? Un dilema que no tiene respuesta.

Es muy difícil mirar para otro lado cuando se maltrata a animales. Y también es complicado evitar que, ante las protestas, los taurinos no se planten y logren prolongar la existencia de las corridas con el beneplácito de unos conservadores tribunales. Las corridas de toros durarán más tiempo de lo que deberían. Pero, por suerte, menos de lo que le gustaría al españolismo casposo.