Vox ha reclutado a toreros, a furibundos racistas, a dos o tres Gárgoris y Habidis y a varios generalotes de espadón colgandero que va dando tumbos por los adoquines de la historia y la Plaza Mayor. No contento con ese casticismo friki, Santiabascal ha incluido ahora en su dream team al profesor Bacterio. Aquel personaje del cómic de Ibáñez que gastaba una irreprochable calva de bola de billar, una nariz entre judaica y euskalduna y unas barbazas de científico prehipster, y cuya función consistía en poner torcido lo que estaba derecho y en hundir la pata hasta el corvejón con sus experimentos químicos y sus inventos visionarios.

El profesor Bacterio salía en las viñetas del genial Ibáñez con un traje apretadizo, verde y morcillón. Del mismo color, por cierto, que el logo agropecuario de Vox y la boina verde que te quiero verde de mi admirado Ortega Smith. Una boina que le dedicó y firmó, dicen, el mismísimo RamboTo my dear brother in arms, Javito—, y que él, Javito, guarda sentimentalmente desde entonces en el segundo cajón de la mesilla junto con los textos de Ledesma Ramos, un endecasílabo imperialista de Hernando de Acuña, la golilla de Trento y almidón de Felipe II y dos o tres pastillas de menta.

Pues bien, aconsejada por el profesor Bacterio, Rocío Monasterio coge carrerilla, va y dice que el cambio climático es un invento de progres. Un embeleco. Una patraña. Algo que no existe, a pesar de que los informes científicos más solventes amontonan desde hace ya muchos años un everest de pruebas que contradicen el optimismo de volatinero de doña Rocío, PhD en Quimicefa.

Doña Rocío, más rociera que nunca, ella tan irónica, tan pizpireta en el manejo del lenguaje, habla de “camelo climático”. Y sonríe. Como si después del calambur, del jueguecito de palabras, viniera el resoplido blanco de un flash de fotomatón para inmortalizar su dentadura. Y su dislate. Porque esta señora se pasa la vida ejerciendo de azafata de la ultraderecha, venga a ofrecer a las cámaras un gajo de dientes blanquísimos, purísimos, españolísimos, en cuanto intuye a un fotoperiodista o a un cámara cerca. Profiere los mayores desatinos con un gangoseo eclesial de priora con sinusitis o con un ronroneo de gata satisfecha que come friskies de los buenos, y a cierta gente, esa que confunde la patria con la testosterona, la hechiza y embelesa. Sobre todo si Rocío, ay mi Rocío, corona el ochomil de la estupidez de turno con una sonrisa blanquísima, purísima, españolísima, etc. ¿Quién se resiste entonces a sus encantos de maga Circe?

Dentro de unos días, apenas estudie los renovados powerpoints de principio de curso del profesor Bacterio, que son los mismos que consultan Bolsonaro y otros genocidas medioambientales, Rocío, ay mi Rocío, nos tratará de convencer de que la Tierra es más plana que el currículum de un nini o de que los niños vienen de París en el pico chárter de una cigüeña. No tardando, sostener que existe la ley de la gravedad será de progres; las orquídeas, de izquierdas y los secarrales penitenciales y azorinianos de la Tierra de Campos, de derechas. Más o menos así piensa —es un decir— Trump, a quien Greta Thunberg, ahora que anda por Nueva York, no ha logrado convencer de que escuche a los científicos de verdad y no a los bacterios de pacotilla.  

Rocío Monasterio es la chica Bond de la ultraderecha, en fin. Ella no lleva un revólver como su jefe. Le basta con su sonrisa alígera y letal. Una sonrisa que debería haber imitado Francisco José Alcaraz, el político de Vox que hace unos días impidió que el Senado aprobase un texto institucional de apoyo a los afectados por los últimos y graves incendios en Gran Canaria porque incluía el sintagma “cambio climático”. Y eso, claro, es inadmisible, intolerable, impertinente e inaceptable (todo junto o por separado), pues difunde la muy tóxica y nociva “ideología progre”. Claro que si el diputadín hubiera excretado/evacuado (táchese lo que no proceda) su negativa con una sonrisa blanquísima, purísima, españolísima y, más aún, monasterísima, todos habríamos respirado aliviados y habríamos estado conformes. Faltaría más. Guárdense de la sonrisa de Rocío como de los idus de marzo.