¿Verdad que se necesitaría muchísimo valor, muchísimas y muy espesas agallas para, haciendo abstracción de tu condición de conciudadano, votar a favor de la culpabilidad de tan altísimo personaje, y enfrentarse con ello, por lo menos, a ese millón largo de gentes que le votaron año tras año y que, por lo que parece, le seguirían votando hoy? Sería una auténtica heroicidad arrogarse de por vida el estigma de ser uno de los que apuñalaron al Cesar, por mucho que este Cesar sea de cartón como los ninots que, año tras año, se queman en las plazas de Valencia. De aquí que los cuatro jurados que lo hicieron, que se atrevieron a votar culpabilidad, hayan demostrado, al menos, ese valor y ese coraje.

Todo este juicio ha sido una especie de comedia bufa con un colofón brillante por parte del acusado Camps que, como un anticipo de lo que habría de suceder dijo: “Soy inocente y vengo a buscar la justicia que imparten mis conciudadanos, confiado y convencido”. ¡Magnífico apunte! ¡Perfecta maniobra! con la que ganarse, por si no lo estaban del todo, las voluntades de unos hombre y mujeres que no están dispuestos a convertirse en héroes o que, como buenos conciudadanos de Camps, están predispuestos a creerse lo increíble.

Porque si un sentimiento ha podido brotar de entre quienes, jornada tras jornada, han seguido el desarrollo de este juicio, no ha sido otro que el de la más profunda vergüenza ajena. Un sentimiento pegajoso que ni el tiempo logrará despegar de la piel, una sensación de asco que hoy se ve acrecentada.

Y es que este no debería haber sido un juicio para un jurado de legos y sobre todo de conciudadanos. Porque, la poca tradición en nuestro país de este tipo de juicios, impide que el fenómeno de conversión de un ciudadano en un juez, que parece darse en otras culturas, se dé en la nuestra. Priman motivos ajenos al hecho mismo de juzgar y sucede lo que sucede.
Pero que no se confunda Camps, ni el Partido Popular, las ignominias que se han oído en la sala han demostrado que el ex president, al margen de un personaje bufo, es un cadáver político. Hubiera salvaguardado un resto de dignidad haciendo firme esa declaración de culpabilidad que retiró del juzgado en el último minuto, antes de hacernos pasar al resto de los españoles por el oprobio de contemplar el espectáculo de las miserias de su mandato.

Victoria Lafora es periodista y analista política