Hace muy pocos días, en la fase final de la campaña electoral, José María Aznar dijo de Pedro Sánchez: "No es que sea un don nadie, es la nada". La nada ha ganado las elecciones doblando en diputados al todo, su protegido Pablo Casado. No es extraño que un estadista de la altura del expresidente del Gobierno falle en sus cálculos, pero si que lo haga de una manera tan escandalosa. Y miren ustedes que, sabedor Aznar de que hasta una deidad puede equivocarse, había apostado generosamente no sólo por Casado, sino también por Abascal y Rivera. Y sus tres pupilos han sumado menos escaños que el PSOE y Podemos, pese al batacazo electoral de éste último.

Imagino, pese a lo bien que sabe disimular sus emociones, que José María Aznar debe tener un gran disgusto, al comprobar que su tanto tiempo planeada estrategia de confrontación nacional, se ha ido al traste por el caprichoso voto de la mayoría de españoles. Poco podía imaginarse el expresidente que frente al desafío nacionalista, una amplia mayoría de ciudadanos iban a optar por la moderación y por una apuesta de diálogo. Por mucho que le pese, el disgusto lo comparte con similar intensidad con el también expresidente Carles Puigdemont.

Adaptando el popular refrán español a la idiosincracia del personaje, a perro musculado en gimnasio, todo son dolores de espalda. Pablo Casado, el hijo pródigo, apenas ha tardado dos días en traicionar al padre dando un giro copernicano, ante la evidencia de que un nuevo fracaso en las elecciones del 26 de mayo, podría acabar con sus huesos en un prematuro retiro en un consejo de administración. En apenas cuarenta y ocho horas el licenciado Casado, ha pasado de loar a Santiago Abascal a calificarlo, de forma absolutamente arbitraria, como de extrema derecha. Con lo mucho que el bueno de Santiago se había esforzado en disimularlo. Verán ustedes qué disgusto se lleva el recién estrenado presidente del Partido Popular, cuando sus asesores le hagan saber que gobierna Andalucía con un partido de semejante calaña. 

Tanto canguelo le da a Casado perder el sueldo público, que se ha pasado de frenada y ya va camino de adelantar al PSOE por la izquierda y disputarle el voto progresista al otro Pablo. No me extrañaría, según vayan la encuestas, verlo al final de la campaña con el puño en alto pidiendo una mayor subida de impuestos para las clases pudientes, con un plus para quienes se hayan enriquecido haciendo negocios con dictadores africanos. Aunque sólo sea por fastidiar a quien tan mal le ha aconsejado.