A partir de inicios de año los activistas por el medio ambiente han utilizado el reto viral en las redes sociales 10 years challenge para publicar imágenes comparativas de la reciente transformación de nuestro planeta en sólo diez años, con el fin de concienciar a las sociedades del siglo XXI del gravísimo problema, ya casi irreversible, que supone para la humanidad el cambio climático.

Y es que 2019 ha empezado con varias noticias muy negativas respecto de lo que está pasando en el planeta por el maltrato continuado que recibe por parte del hombre. 2018 ha sido el año más caluroso registrado nunca en la historia de los océanos, que se están calentando un 40% más rápido de lo que estaba previsto. En consecuencia, la capa de hielo de la Antártida se está derritiendo casi seis veces más rápido que en la década de los 80. Según datos que leo de la Fundación AQUAE, el nivel de emisiones de dióxido de carbono está aumentado de manera importante y ello conlleva que el calentamiento global del planeta, que empezó en el siglo XIX con la revolución industrial y desde entonces ha aumentado en 1,1 grados Celsius, se esté acelerando de manera muy peligrosa.

A pesar de los acuerdos internacionales a los que se llega en las cumbres por el cambio climático, la realidad es que finalmente no se cumplen. Los intereses económicos y políticos de gobiernos, multinacionales y grupos de poder frenan el cumplimiento de las medidas que deberían tomarse para que la producción y la economía mundial fueran sostenibles y compatibles con el equilibrio climático y medioambiental. De tal manera que muchos científicos expertos en la cuestión son pesimistas al respecto y consideran que el cambio climático y sus nefastas consecuencias son ya inevitables y, a no ser que se actúe con rotundidad y de manera drástica e inmediata, podrían ser ya irreversibles.

Sin embargo, y a pesar de la evidencia y del consenso unánime de toda la comunidad científica, abundan los negacionistas que rebuznan que el cambio climático no es verdad. A estas alturas de la película, al menos de la mía, sé muy bien que las cosas son como son porque la humanidad se divide, sintetizando mucho, en empáticos, personas sensibles y con corazón fraternal y compasivo, y psicópatas, personas sin empatía y directamente sin corazón. Lógicamente sabemos que, a los segundos, los que sólo buscan el beneficio propio, el cambio climático, tanto como el sufrimiento ajeno, les importa un bledo; es más, hasta disfrutan con ello porque se nutren del dolor ajeno, lo cual explica muchas cosas que nos parecen inexplicables. Y así va el mundo, porque no suelen ser los empáticos los que le gobiernan. Personajes como Trump o Bolsonaro, quien directamente tiene planeado acabar con la selva amazónica y convertirla en mercancía, niegan de plano el cambio climático. Lo mismo que todos los neoliberales o neofascistas, el primo de Rajoy, los de Vox y los del Partido Popular. De ellos no cabría esperar otra cosa.

“Nuestro ADN está hecho del mismo ADN que el árbol. El árbol respira lo que nosotros exhalamos. Cuando el árbol exhala, nosotros necesitamos eso que exhala; de tal manera que tenemos un destino común con el árbol”. Esto lo decía Floyd Red Crown Westerman, un indígena nativo americano activista por la naturaleza y las causas indígenas, en un precioso vídeo que resume muy bien que los hombres dependemos de la naturaleza, que somos todos parte de la Tierra, que tenemos un destino común con la naturaleza y con todas las especies que hemos surgido de ella. Y nos invita a reflexionar sobre la enorme y obscena falta de respeto de la raza humana hacia todo ser viviente; y sobre las continuas manipulaciones a las que estamos sometidos por los intereses corporativos y económicos de sólo unos pocos, de esos mismos que suelen hablar de respeto a la vida cuando ellos mismos son los que más la destruyen y la desprecian.

Por esos intereses, los que ostentan el poder, y esa parte insensible de la humanidad, han obviado con descaro y alevosía la realidad implacable del cambio climático que pone en peligro la vida futura del planeta. Sin embargo, eso no nos libera al resto del gran compromiso moral que tenemos todos. El viernes pasado cientos de miles de estudiantes en todo el mundo se han manifestado contra la inacción frente al cambio climático, exigiendo a los gobiernos que cumplan con lo que se han comprometido en el Acuerdo de París. Y ése es el reto. Tomar consciencia de que la máxima prioridad es detener la destrucción del planeta, es decir, la destrucción de nosotros mismos, y exigir a los políticos y a nosotros mismos actuar en consecuencia en cada pequeña o gran cosa que podamos hacer al respecto. Porque, como bien expresa uno de los lemas de los manifestantes, mil máquinas no pueden fabricar una flor; y porque, como dijo también ese indígena nativo, el agua es sagrada, el aire es sagrado, la tierra es sagrada, es decir, según la acepción no supersticiosa del término, “dignos del máximo respeto”, tanto como que nuestra vida depende de ellos.

Coral Bravo es Doctora en Filología