Esta mujer, la molt honorable Núria de Gispert, prócer del procés, vive permanentemente en pose de estatua. Y pasa lo que pasa, claro. Que para ahuyentar la cariñosa diarrea de las palomas en sus hombros de bronce debe agitar mucho los bracitos. Sobre todo en Twitter, donde la doña se ha comprado una portería a perpetuidad. Allí pone a tender las blusas, las corpulentas enaguas de esparto, el yugo y las flechas, y otras intimidades. Pero puesto que las prendas no se le secan porque el sol, como la editorial Planeta, ha huido otoñalmente de Cataluña, la prócer del procés se indigna y culpa a voces, sacando mucho la papada por el patio de luces, a la vecina del cuarto, que es Inés Arrimadas. "Inepta e ignorante". Así la requebró de amores, con gracejo catalanoandalusí, el otro día. Solo le faltaron a usted tres claveles de ensueño y plata para improvisar en directo un poema de Lorca.

Yo creo que lo que le molestó no fue que Arrimadas se quejara del mal estado de la economía catalana, sino que arriase en el Parlament la bandera española, que para usted y los suyos es la bandera de los piratas. "Si no estás a gusto en Catalunya, ¿por qué sigues aquí?", vociferó usted en Twitter. Es la segunda vez, doña, que se atribuye la facultad de decidir quién debe vivir y quién no en Cataluña. ¿Por qué no habla con Torra? Ya verá qué pronto les edifica un gueto a todos los constitucionalistas catalanes en Madagascar, con sauna y campo de golf, por supuesto, igualito, igualito al que quiso idear allí Hitler para las vacaciones de los judíos.

Entretanto, consuélese y no se enfade más con Arrimadas, señorísima de Gispert, que Trump también vive en una portería y es un poco menos folclórica que usted. Respire hondo. Vea en la tele un culebrón. Póngase un cedé de la Pantoja y, hale, a zapatear y a vivir, que son dos días, mujer. Yo entiendo que, como no tiene en su tabuco un cura con sotana, alzacuellos y estelada montserratina, desahogue su neurosis con el padre Twitter. Pero relájese un poco, por favor, no nos vaya a preocupar con una artritis en los dedos. Se lo dijimos el otro día por su bien y ni caso.

Usted ha desempolvado el yugo y las flechas y los ha puesto heráldicamente en su perfil de Twitter

En efecto, iracunda y porterona, la cada vez menos honorable ha aireado el nombre del colegio donde estudia la hija de Albert Rivera para castigarlo por, según ella, hacer política contra la escuela catalana, y sospecho yo que también por ver si un patriota de los CDR le entrega un lazo amarillo de cumpleaños a la chiquilla a cambio de diez cromos de Hello, Kitty.

Eso sí, usted no se arredre ni amilane digan lo que digan. Que aprendan los de los Ciudadanos y, de paso, que Pedro Sánchez ponga las barbas lampiñas a remojar. Todo sea por una Cataluña (perdón, Catalunya) libre (perdón, lliure). Me confundo como usted, que hasta ayer mismo fue charneguísima y defensora de un entendimiento entre Cataluña (con eñe, entonces) y España. Pero desde que se le apareció la paloma independentista del Espíritu Santo sin mancharle la ropa, ha desempolvado el yugo y las flechas y los ha puesto heráldicamente en su perfil de Twitter, porque están ahí, vaya si están, aunque no se vean.

Desde aquel día de su conversión, alabad al Señor, aleluya, pretende una Catalunya (sin eñe ya) limpiorra y purísima como la Inmaculada a la que usted rezaba jesuitamente con el jesuita Ignasi Salvat, el consejero espiritual de la familia. Una Catalunya rancia como aquella España rancia de la Reyna Isabel, trastámara y pálida, sin moros en la costa ni en la sopa. Y para ganar la santa cruzada, que todas las ayudas son bienvenidas, Puigdemont le manda por Seur las esteladas de punto de cruz que teje desde Waterloo, nerviositos los dedos desde que le han informado de que este año compite con Trump por el premio Nobel de la Paz, mientras su valido alienta a la yihad a los CDR y usted verdulea en Twitter. Qué lástima de un buen tejerazo indepe en Catalunya, pero, sobre todo, en Cataluña, ¿verdad? Qué añoranza manriqueña de aquellos tiempos en que los chavalotes del general Mola iban casa por casa, con sus listas de sangre en la mano, para limpiar Navarra. Qué jardines lejanos. Qué tristeza de olor de jazmín, que dijo el poeta.