Una monarquía cuestionada
Es evidente que la solidez de las monarquías actuales reside en gozar de la confianza de los ciudadanos. De ahí que los escándalos sexuales, la opacidad en temas económicos, o la implicación de sus miembros en negocios poco claros (como es el caso reciente del duque de York) hayan puesto en tela de juicio la que parecía la monarquía mejor asentada de Europa. Lo curioso es que el detonante fuera una mujer, Diana Spencer, que de cenicienta dócil y mojigata, pasó a convertirse en un auténtico ídolo de masas y como tal a creadora de opinión. Su aparición en televisión para narrar entre lágrimas las infidelidades de su marido, el príncipe de Gales, y la frialdad con que la familia real británica acogió su muerte, abrió la veda a una auténtica oleada de críticas contra la corona. Algo que hasta entonces parecía impensable.

La creación de una “marca”
Viene esto a colación ante la cuidada operación de marketing que los Windsor han organizado con motivo de la boda del “heredero del heredero”, Guillermo, y la joven Kate Middleton, a la que –nobleza obliga—quieren despojar de su diminutivo  para convertirla en Catalina, no fuera cosa que acabara por ser Lady K, como su antecesora fuera Lady Di.

Tras las nupcias reales hay mucho más que una evidente historia de amor o el empalagoso pastelón que quiere vender el papel couché.  Hay una cuidadísima operación de marketing para devolver a la institución el arraigo popular que ha perdido. Mediante una serie de pasos escrupulosamente medidos se pretende convertir a la pareja en una “marca” que permita recrear la relación entre la monarquía y la ciudadanía otorgando a la corona británica unos toques de modernidad de los que carece. Valga como ejemplo decir que el compromiso se anunció por Twitter, que se ha abierto una página en Facebook y que va a ser la primera boda real retransmitida por Internet.



Una dinastía rebautizada
Lo cierto es que no es la primera vez que la monarquía británica emprende un lavado de imagen. Lo hizo en 1917 cuando, en plena I Guerra Mundial y por tanto en franco antagonismo con Alemania, Jorge V decidió olvidar Sajonia-Coburgo-Gotha heredado de sus mayores y que revelaba los orígenes germánicos de la corona, para sustituirlo por Windsor, un topónimo que la identificaba con el castillo habitado por la realeza británica desde el siglo XII. Es más, el monarca, digno heredero de su abuela Victoria I, no dudó en anteponer los intereses del trono a sus ancestros e incluso a sus deberes humanitarios. Así, pese a la estrecha amistad que les unía, negó asilo político al zar Nicolás II de Rusia, cuando el gobierno provisional de Kerenski ofreció a los Romanov la posibilidad de salir de Rusia y con ello de salvar la vida.

Un monarca filonazi
La maquinaria de estado volvió a ponerse de manifiesto cuando se quiso disfrazar de historia de amor “fou” la renuncia de Eduardo VIII (1894-1972) al trono. Oficialmente y según sus propias palabras, el recién nombrado sucesor de Jorge V abdicó por no poder compartir el trono con la mujer que amaba. Cierto que, en 1936, Wallis Simpson, dos veces divorciada y con una cierta fama de liviana, no daba el perfil idóneo para convertirse en reina de Inglaterra pero el enfrentamiento del joven monarca con políticos como Winston Churchill o Stanley Baldwin tenía otras razones mucho más contundentes : no solo Mrs. Simpson tenía una gran amistad con Joachim Von Ribbentrop , por entonces embajador en Londres del Tercer Reich, sino que el propio Eduardo VIII mantenía contactos con la Alemania nazi y no se recataba de mostrar su admiración por Hitler.

Renovarse o morir
La ejemplar actitud de su sucesor Jorge VI (1895-1952), padre de la actual reina Isabel II, durante la II Guerra Mundial hizo olvidar las veleidades de su antecesor y reconcilió a los británicos con su monarquía. No obstante, en la actualidad, los asesores de la corona británica saben de la fragilidad de una institución anclada en la tradición y plena de tics que la divorcian de la sociedad del siglo XXI.  La boda del hijo de la malograda Diana de Gales se ha convertido, pues, en un eficaz instrumento de promoción monárquica. Pero no hay nada que garantice el éxito. Y es que la sombra de lady Di, como la del ciprés, es alargada.

María Pilar Queralt del Hierro es historiadora y escritora