El pasado jueves 2 de diciembre, España vivió un momento histórico por la aprobación en el Congreso de los Diputados de la proposición de Ley de modificación del Código Civil, de la Ley Hipotecaria y de la Ley de Enjuiciamiento Civil en lo referente al régimen jurídico de los animales; eso sí, con el voto en contra de Vox y la abstención del Partido Popular, como Dios manda. Esta modificación legislativa es una victoria moral, es un paso adelante en lo referente a los derechos animales en nuestro país, un país que es un paradigma y un referente mundial en insensibilidad, en crueldad y en maltrato a los animales. Y es que es muy elocuente el hecho de que la tortura hasta la muerte de un bóvido inocente sea consideradoo en nuestro país como “fiesta nacional”, llenándonos de vergüenza a los españoles que no disfrutamos viendo fustigar y asesinar a otro ser vivo, y enalteciendo y glorificando, con ello, la psicopatía y la barbarie.

Esta maravillosa iniciativa supone un cambio radical de paradigma, de punto de vista, de enfoque de la realidad, puesto que reconoce a los animales, por fin, como “seres sintientes” y “dotados de sensibilidad”; los que conocemos y amamos a los animales sabemos muy bien de esa sensibilidad que, en general, tienen a raudales, y de la que carecen absolutamente muchos seres humanos, en muchos casos, mucho menos sintientes que ellos. Este reconocimiento supone una consideración moral hacia ellos, que nunca han tenido, y con ella se les otorga, al menos implícitamente, el derecho a un mínimo de dignidad, y a no ser cosificados, maltratados o torturados con total impunidad.

Los usamos como objetos a los que explotar, comerciamos con ellos, los torturamos y asesinamos sin piedad, los despreciamos como si no fueran parte de la vida. Ver imágenes, por ejemplo, de cómo malviven y agonizan en las inmensas naves de la macro industria cárnica, donde se agolpan a miles, y ver con cuánta crueldad y agonía física y mental mueren en los mataderos es algo que traumatiza y que hiela las entrañas, a no ser que se sea un psicópata y se disfrute con el sufrimiento ajeno.  De dónde provienen ese desprecio y esa impunidad es una pregunta que a partir de cierto momento me empecé a plantear a la vista del trato tan terrible que les damos.

En Sobre el fundamento de la moral (1841), Shopenhauer lo exponía de una manera clara y concisa: “La moral cristiana ha limitado sus prescripciones exclusivamente a los hombres y ha dejado al mundo animal sin derechos. Sólo hay que ver cómo los cristianos se comportan con los animales, cómo los matan alegremente y totalmente sin sentido, o cómo los mutilan y martirizan, cómo fatigan al máximo a sus propios caballos viejos para sacarles la última médula de sus pobres huesos, hasta que mueren a causa de los golpes. Se podría decir en verdad que los hombres son los demonios de la tierra y los animales sus almas atormentadas”.

La superioridad que nos auto atribuimos respecto de ellos es una mentira basada en ese antropocentrismo cristiano sustentado en mitos y en falsedades. Los animales son otras especies. Compartimos el mismo, casi idéntico ADN. Todas las especies forman parte de la vida y provenimos de la misma evolución. Somos parte de lo mismo. Ningún dios los ha creado para nuestro uso y disfrute, como vergonzosamente se cuenta todavía en las escuelas a los niños según el catecismo católico. Un verdadero disparate que alienta desde la infancia el desprecio a los animales y la negación de cualquier consideración moral hacia ellos.

Afortunadamente, existen personas librepensadoras, compasivas y empáticas que, de manera natural y a pesar de ese adoctrinamiento que todos recibimos en cosificar a los animales, son capaces de sentir que esos otros seres vivos son diferentes, pero no son inferiores, ni nosotros somos superiores; y son capaces de percibir que ellos tienen también emociones y sentimientos, y que, al contrario que los individuos de la especie humana, carecen de capacidad de odio, de maldad o de crueldad. Y estas personas, esa parte más humana de la humanidad, junto a diversas organizaciones de defensa de los derechos animales, que, por cierto, cada día se van multiplicando más por todo el planeta, luchan día a día por cambiar las cosas, en la seguridad de que, como dice Milan Kundera en La insoportable levedad del ser, la verdadera y más profunda prueba de la moralidad de la humanidad radica en su relación con esos seres vulnerables que están a su merced: los animales.

La ciencia lo viene proclamando desde hace muchas décadas. En 2012, por ejemplo, un nutrido grupo de científicos emitieron un manifiesto, en la llamada Declaración de Cambridge, afirmando con rotundidad que los animales son sensibles y tienen conciencia. Afortunadamente en España, aunque queda un camino muy largo por recorrer, se ha dado un paso fundamental que nos equipara, en esta cuestión, a los países más avanzados de Europa.

  Aunque me planteo, en consecuencia, una cuestión importante y pendiente de revisión: si las leyes españolas ya reconocen jurídicamente que los animales son seres sensibles y sintientes ¿dónde queda la tauromaquia, esa aberración que dicen que es un “bien de interés cultural”? Como si el sadismo y el horror tuvieran algo que ver con la cultura, por muy tradición que la crueldad y el sadismo sean.