El historiador y filólogo alemán Víctor Klemperer, en su libro La lengua del Tercer Reich (1947), sacó a la luz la enorme importancia de la manipulación del lenguaje para el triunfo del nazismo en Alemania y en la conciencia de los alemanes. Es una obra brillante que, además de ser una crítica profunda de aquellos terribles hechos históricos, es el principal referente de análisis del lenguaje totalitario. Y es un libro que deja en evidencia la importancia de las palabras a la hora de manipular la ideas y la conciencia colectiva de sociedades enteras. Narra en el libro Klemperer cómo el nazismo consiguió que palabras de significado negativo, como fanatismo, acabaran siendo convertidas en positivas en la mente de los alemanes al ser utilizadas en expresiones que ponían el énfasis en el patriotismo y en la fuerza o la valentía, como “amor fanático por el pueblo” o “valentía fanática”.

Salvando la distancia, aunque quizás no sea demasiada, desde la llegada del neoliberalismo, los neofascistas fueron creando una “neo lengua” que suavizaba con palabras falseadas las atrocidades que cometieron y siguen cometiendo contra el pueblo. Así empezamos a oír línea de crédito en lugar de rescate, daños colaterales en lugar de muerte de civiles, minijob en lugar de empleo precario, reforma en lugar de recorte, crecimiento negativo en lugar de recesión, desaceleración económica en lugar de crisis brutal, violencia familiar en lugar de violencia machista, y así un larguísimo etcétera.

Y pasaron los años y a día de hoy ese mecanismo siniestro de manipulación, junto a otros muchos, ha conseguido instalarse y quedarse entre nosotros. Vivimos rodeados de falacias lingüísticas y de palabras adulteradas que promueven continuamente la manipulación de la realidad, especialmente en las mentes de las personas desinformadas o acríticas; aunque, como escribió Josep Pla al historiador Vicens Vives en una carta, en este país nadie dice la verdad, lo cual ahora es incluso más cierto que antes; y puede que haya ámbitos interesados en tapar la verdad y en difundir mentiras porque, como decía el psicopedagogo Paulo Freire, decir una palabra verdadera es transformar el mundo.

Vivimos rodeados de bulos, de mentiras, de difamaciones constantes que se vierten desde los ámbitos intolerantes y de muchos medios que se dedican a calentar los ánimos del personal, a crear corrientes de opinión afines a sus intereses políticos y de grupo, y a fanatizar; y bien sabemos que, como bien dijo el enciclopedista Denis Diderot, del fanatismo a la barbarie sólo hay un paso. Y en ese paso tan decisivo seguramente estamos ya instalados.

Pablo Iglesias parece ser el objetivo más apetecible de los ataques de los intolerantes. No soportan que esté ahí, aunque esté ahí de manera legítima, porque no toleran el pluralismo y los derechos del otro a ser y estar. Y en ese contexto Iglesias, sus padres, la ministra de Industria e incluso Rodríguez Zapatero, están siendo coaccionados con amenazas de muerte, aunque la candidata de Vox lo pone en duda. A bulos, improperios, mentiras, canalladas solo propias de mafiosos, los españoles estamos ya más que habituados, pero el asunto sobrepasa cualquier límite y es realmente de juzgado de guardia.

Nada de esto es de extrañar en medio de ese discurso de odio y de rabia que se traen las derechas. Y en ese contexto de violencia verbal y de terrorismo ideológico, lo que es evidente es que en España hay una derecha extrema violenta, inclemente y muy peligrosa que desprecia la democracia, que sigue la consigna del “todo vale” y a la que conviene hacer frente de manera contundente si no queremos que el odio llegue a gobernar la Comunidad de Madrid. Los líderes progresistas europeos se han unido para hacer un llamamiento para alertar a los españoles y a los madrileños, a modo de alerta antifascista, de que la democracia española y europea está en juego en las próximas elecciones del 4M. En el vídeo, el francés Jean-Luc Mélenchon expone literalmente que “la extrema derecha amenaza a todas nuestras democracias en toda Europa, pero Madrid tiene ahora la ocasión de expulsarla de las instituciones”.

En un reciente y brillantísimo discurso de Ángel Gabilondo, el magnífico candidato del PSOE por Madrid ha dado una sencilla y contundente lección de democracia que se ha extendido como la pólvora por las redes sociales, porque, en mi opinión, estamos hartos de mentiras y estamos sedientos de honestidad y de verdades: “la democracia no es sólo una forma de gobierno, es una forma de vivir, de ser y de hacer la realidad y el mundo; la democracia es la consideración de que los demás también importan (…) de que el otro también piensa, también sueña, también sufre y también llora; y que ese otro que también piensa, sueña, sufre y llora a veces no piensa como nosotros, es más, casi nunca piensa como nosotros…” Una lección magistral y una manera preciosa de referirse a la empatía, al respeto, a la diversidad, al pluralismo y a la esencia de lo que es democracia.