En los últimos meses, hemos asistido con preocupación a un fenómeno alarmante: el aumento de la violencia en nuestras calles, alimentada por los discursos de odio. Episodios como los disturbios en Torre Pacheco, Alcalá de Henares o Salt no son incidentes aislados. Son la consecuencia directa de una estrategia perfectamente orquestada por la ultraderecha. Una estrategia impulsada por Santiago Abascal y tolerada por el silencio cómplice de Feijóo, que amenaza con dinamitar los cimientos de nuestra convivencia democrática.
La España que merece la pena defender es una España justa, con igualdad de oportunidades, con derechos para todos y respeto a la dignidad humana. Una España inclusiva, en la que nadie quede fuera, donde se combata la precariedad y se garantice una vida digna a cada persona, venga de donde venga. Pero esa España está hoy en riesgo, asediada por quienes han convertido el miedo y el odio en herramientas políticas.
Abascal y Vox, no creen en la democracia para todos. No creen en la justicia social ni en los derechos humanos. Su agenda va más allá de lo nacional: forma parte de un plan internacional de desinformación, de ruptura del pacto social, de normalización del racismo y de fomento del enfrentamiento. Recurriendo a bulos, videos manipulados, rumores virales y mensajes incendiarios, alimentan el caos para legitimar el señalamiento de colectivos vulnerables, especialmente las personas migrantes. Han hecho del sufrimiento y la desesperanza un instrumento de rentabilidad electoral.
En regiones como Murcia, la extrema derecha ha lanzado campañas bajo eslóganes como “Defiéndete de la inseguridad”, sabiendo perfectamente que en esos barrios no predomina el crimen, sino el desempleo, el abandono institucional de décadas y la falta de servicios públicos. Vox no ofrece soluciones reales: siembra odio, propone culpables falsos y destruye la convivencia.
Ahí es donde entra en juego la derecha tradicional. Mientras Abascal enciende la mecha, Feijóo calla. Mientras Vox promueve actos ilegales y agresiones verbales que derivan en violencia física, el PP se limita a mirar hacia otro lado. O peor aún, pacta con ellos, gobierna con ellos, adopta su lenguaje. La historia será implacable con quienes, por ambición o cobardía, decidieron ceder ante los ultras en lugar de defender con firmeza los valores democráticos.
Porque no nos engañemos: esto no va solo de Vox. Esto va de qué país queremos construir. El modelo que defiende la ultraderecha —con la vergonzosa connivencia de Feijóo— es un modelo de exclusión, de persecución al diferente, de una España autoritaria, en blanco y negro, donde los derechos solo están al alcance de unos pocos.
El Estado no puede ser neutral frente al racismo. No hay equidistancia posible entre quienes construyen convivencia y quienes la sabotean. El discurso de odio no es libertad de expresión: es la antesala de la violencia. La ley debe actuar con contundencia contra quienes alientan el odio por razones de raza, origen o religión. Y la política tiene el deber de liderar una defensa activa de una sociedad plural, cohesionada y en paz.
Frente al ruido y la manipulación de la extrema derecha, hay quienes trabajan con responsabilidad, legalidad y eficacia. Se ha impulsado la reforma más ambiciosa del Reglamento de Extranjería en más de una década, abriendo vías legales y ordenadas para quienes buscan una vida mejor. Se ha multiplicado por cinco el sistema de acogida, se han reforzado las fronteras con un enfoque humanitario y se ha apoyado a las comunidades autónomas en la atención a menores no acompañados. Todo ello porque se cree en los derechos humanos. Porque se entiende que migrar no es un delito, sino un derecho reconocido en el artículo 13 de la Declaración Universal.
La inmigración no es un problema: es parte esencial de la solución. España tiene más de 150.000 puestos de trabajo sin cubrir, una baja densidad poblacional y miles de municipios en riesgo de despoblación. Las personas migrantes sostienen sectores esenciales como la agricultura, la hostelería, la sanidad o la construcción. Y lo hacen en condiciones durísimas, con escasos derechos, sin arraigo suficiente, y, ahora además, bajo la amenaza de quienes quieren hacerles la vida imposible.
Los datos desmienten todos los bulos que difunde la extrema derecha: No, los migrantes no “viven de las ayudas”: aportan un 10% de los ingresos a la Seguridad Social y representan apenas el 1% del gasto público. No, el Ingreso Mínimo Vital no es para ellos: más del 80% de sus beneficiarios son ciudadanos españoles. No, no hay vínculo entre inmigración y criminalidad: según el Ministerio del Interior, los delitos han descendido y el 80% de los mismos los cometen personas con nacionalidad española. España es, según el Global Peace Index, uno de los países más seguros de Europa. La realidad es clara: la inmigración suma. Lo que resta es el odio, la mentira y la violencia.
Está en marcha un Plan Nacional de Integración y Convivencia Intercultural. Porque la inclusión no se produce sola. Requiere inversión, planificación, valores compartidos y compromiso institucional. Porque la mejor política de seguridad no es el odio sino la justicia social, la cohesión y las oportunidades para todos.
La extrema derecha lo sabe. Por eso ataca esos pilares. Busca romper los lazos vecinales, fomentar la desconfianza, separar a unos de otros. Por eso difunde bulos, señalan, incitan, mienten. Y por eso es urgente levantar la voz: basta de odio. Basta de mentiras. Basta de cobardía.
Desde el Congreso de los Diputados y desde cada institución democrática, se debe plantar cara a quienes pretenden fracturar nuestra sociedad. No con más ruido, sino con más justicia. No con más mentiras, sino con más verdad. No con más miedo, sino con más convivencia.
Porque frente a la España gris que quieren Abascal y quienes le sostienen con su silencio, somos muchos los que seguimos creyendo en una España plural, abierta, diversa y solidaria. Una España que no teme al futuro, que mira con esperanza, no con odio. Y esa, no lo duden, es la única mira al futuro con esperanza y no con odio. Y esa, no lo duden, es la única España que merece la pena defender.