Una de las frases que más recuerdo de El Quijote es ésa en la que el famoso hidalgo dice a su escudero: “Nada es lo que parece, amigo Sancho”. Seguramente Cervantes instaba a sus lectores a buscar la verdad tras los escaparates que se nos muestran, a cuestionar la realidad tal cual nos la cuentan, a cultivar, en definitiva, el espíritu crítico y ese concepto maravilloso que es el librepensamiento. Porque es evidente, lo era entonces y lo sigue siendo ahora, la tendencia general a aceptar de forma pasiva y acrítica el relato dominante; y así nos va; porque la verdad oficial suele ser una fachada prefabricada según los intereses de determinados grupos y de determinadas instancias.

En este sentido se me ocurre otra novela maravillosa de uno de los más grandes novelistas en español: Doña Perfecta (1876), de mi admirado Benito Pérez Galdós. En esta novela, Galdós refleja en el personaje principal (una mujer ultra conservadora, y poderosa a nivel económico y social, en el contexto de un pueblo de provincias, también ultra conservador, en la España del XIX) todas las características de eso que algunos , de manera narcisista, “personas de bien”.

Se trata de características basadas en la norma, la tradición, el conservadurismo, la negación del progreso, el odio a la diferencia y los diferentes, la cerrazón ideológica y mental, la intolerancia, el control de los otros, el narcisismo de creerse superiores, la negación de los derechos ajenos, la ausencia de empatía ante el sufrimiento ajeno; y, por supuesto, un amor inmenso por el poder y por el dinero, disfrazado muchas veces de falsa filantropía y de veneración fanática de conceptos tradicionales y anquilosados que sustentan esa visión rancia del mundo y de la vida: religión, patria y rey.

Pues bien, con la llegada al pueblo de Pepe Rey, el sobrino de Perfecta, con quien quiere casar a su hija Rosario, se desata la tormenta. Los dos primos se enamoraron desde el primer momento. Pero Perfecta y el cura del pueblo se dan cuenta de que el sobrino recién llegado tiene creencias e ideas muy diferentes a las suyas. Pepe Rey es progresista, y eso es inaceptable en ese ambiente rígido, beato e hipócrita. E inician una persecución, y un acoso y derribo del joven; con la complicidad de la gente del pueblo, quienes consideran a doña Perfecta como una mujer excepcional, según la fachada que proyecta en los otros: perfecta, bondadosa, caritativa, y totalmente dedicada a la vida religiosa y a su hija.

Era sólo una fachada. De tal manera que el fanatismo y el odio les llevaron a ella y al cura a cometer todo tipo de maldades, hasta que planearon la muerte del joven, reacio a abandonar el pueblo. Finalmente lograron que fuera asesinado, y Rosario, perturbada, tuvo que ser internada en un manicomio. Galdós denunciaba en esta novela, como en tantas otras, la falsedad y la hipocresía que se suelen esconder tras el conservadurismo rancio, tras la moral de esas supuestas “personas de bien”, esa moral que, sustentada en la religión y sus dogmas, habla de amor, pero en realidad expande exclusión, intolerancia, fanatismo y, en muchas ocasiones, odio, como le ocurría a Doña Perfecta.

El pasado martes, 21 de febrero, en el Senado, refiriéndose a la Ley Trans (que pretende reconocer mínimamente los derechos fundamentales de una minoría de seres humanos, que hasta el día de hoy han sido tratados, como poco, como apestados), Núñez Feijóo se manifestó contra esta Ley aduciendo que “molesta a la gente de bien”. Frases así nos recuerdan que algunas personas viven en el siglo XXI con ideas que ya eran criticadas en su obra literaria, hace dos siglos, por personas “de mal”, como Galdós, el novelista español más grande y universal después de Cervantes.

Lo mismo que, según sus propias palabras, piensa Feijóo sobre las personas transexuales, pensaba Hitler respecto de los judíos, de los gitanos o de los homosexuales; por eso, los nazis, “personas de bien”, los quemaban vivos en los hornos crematorios, porque no eran “personas de bien”. El señor Feijóo, quien supuestamente tiene vínculos de amistad con gente del narcotráfico (“personas de bien” si tienen dinero, claro), quien es uno de los grandes representantes del neoliberalismo en España, esa doctrina política psicopática que desprecia a las personas y rinde culto al dinero; quien dedicó sus trece años de presidente en Galicia a los recortes, al nepotismo y las privatizaciones descaradas, se retrató muy bien con esas palabras. Ya sabemos que los de la derecha se creen superiores, y cosifican y desprecian a las minorías, los enfermos, los jubilados, los trabajadores, los emigrantes, los ancianos, los transexuales.

Mi concepto de personas de bien es justamente todo lo contrario. Personas de bien son, sobre todo, aquellas que tienen conciencia y un buen corazón. Que tienen un sentido profundo y natural de la moral. Que respetan la vida en todas sus manifestaciones. Lo explicó muy bien Beethoven, cuando afirmó que no sabía de ningún signo de superioridad que no fuera la bondad del corazón. Y lo expresa también muy bien el gran Noam Chomsky con esta frase tan llena de contenido: La tradición y el hábito intelectual son de servilismo hacia el poder, y si yo no lo traicionara me avergonzaría de mí mismo.