Nunca he sido muy ducha en deportes de equipo. Y siempre he envidiado a quienes sí que lo son, por todo lo que supone más allá de la práctica del deporte. Unión, compañerismo, generosidad y el hecho de juntar esfuerzos para un mismo fin. Mosqueterismo, en una palabra. Uno para todos y todos para uno.

Pero estos días esta envidia de la que hablaba se me ha atragantado hasta convertirse en náusea. De repente he recordado que no todos los equipos tienen un fin loable. Y en lugar de evocar el lema de los mosqueteros, me ha venido a la cabeza otro recuerdo peor, y más cercano en el tiempo. El de manadas. Y no de seres de cuatro patas precisamente,

De pronto llegaba a nuestras pantallas una grabación en que la voz de un entrenador de fútbol -ni diré su nombre ni el del equipo, que todo el mundo lo sabe- arengaba a sus pupilos a que lo dieran todo, a que fueran una piña para obtener el deseado triunfo. Hasta ahí todo parecía normal. Pero seguía una escuchando y se quedaba de pasta de boniato. Les animaba a hacer algo “como los de la Arandina”. Tal cual.

No doy crédito a que alguien ponga como ejemplo a un grupo de chavales la de otro grupo de chavales condenados, nada más y nada menos, que por una violación grupal. Que eso pueda ser ejemplo de algo me supera. Y me lleva a pensar, con tanta pena como rabia, que el cuerpo de la mujer todavía se considera terreno de conquista, campo de batalla. Para estos seres, somos un objeto, no un sujeto.

Pero lo peor no estaba ahí. Qué va. Lo peor es que, con todo el revuelo organizado, con la caja de los truenos abierto y la lógica indignación campando a sus anchas, el tipo sigue ahí. Entrenando a chicos, y lo que es el colmo, a chicas. Ninguno de los destinatarios de esa arenga infumable, ni los responsables del club, ni la federación, hicieron otra cosa que darse algún golpecito de pecho hipócrita. No sienten que lo haya dicho, lo que realmente sienten es que le hayan pillado. Porque eso les deja con las vergüenzas al descubierto.

El espíritu de equipo no tiene nada que ver con eso. Tiene que ver con el respeto, y no con su carencia, tiene que ver con lograr las cosas, no con arrebatarlas. Tiene que ver con la igualdad. No hay fin que justifique esos medios, ni siquiera con goles y dinero de por medio. Porque la dignidad no tiene precio