La españolización de la politica catalana es un hecho evidente tras el el fracaso del intento de ruptura con España protagonizada por los partidos independentistas, los mismos que ahora no tienen ningún ambaje en supeditar el futuro de la presidencia de la Generalitat a la correlación de fuerzas en el Congreso de los Diputados. Esta es la cuestión central de la precampaña de las elecciones autonómicas del 12 de mayo, aunque hasta ahora no ha podido contar con la presencia del invitado de honor, Pedro Sánchez, mucho más pendiente de los comicios del Pais Vasco y de la política internacional.

Cataluña está a años luz del País Vasco, en muchos aspectos y por muchas razones, también en materia de acuerdos políticos. En las elecciones vascas, el papel instrumental de los socialistas como socios del PNV está claro desde hace bastantes años, sin que esta preferencia por el nacionalismo moderado incomode mayormente al nacionalismo radical, también socio de Sánchez en Madrid.  En la politica catalana, la capacidad (o la predisposición) de contemporizar entre escenarios políticos diferentes es una actitud caida en desuso desde hace décadas, exactamente desde que  la clase politica soberanista y la incompetencia del gobierno del PP convirtieron el país en un terriotorio despechado.

Pedro Sánchez tiene también dos socios parlamentarios en Cataluña, además del PSC que le aporta más diputados que Junts y ERC juntos. Pero en el caso catalán, sus socios,  Carles Puigdemont y Pere Aragonés, no van a aceptar tan fácilmente como en el Pais Vasco que los socialistas catalanes se decanten por el uno o por el otro y aún menos que el PSC aspire a la presidencia de confirmarse  la victoria electoral que auguran los sondeos.

ERC y Junts ya han manifestado que la responsabilidad de lo que vaya a hacer el PSC con sus diputados en el Parlament recaerá en realidad en Pedro Sánchez, para bien o para mal. Esta sugerencia busca en primera instancia deslegitimar a Salvador Illa como aspirante a presidir la Generalitat y en segunda derivada, supone una amenaza de reabrir la negociación con el gobierno del PSOE y Sumar para asegurarse el gobierno catalán. De darse esta posibilidad, las disputas y acusaciones permanentes entre ERC y Junts por saber cuál de los dos partidos es más desleal con el otro y a quien corresponde la responsabilidad de la desunión del movimiento independentidsta quedarán fácilmente relegadas para más adelante.

Este “todo por la Generalitat autonomista” de Junts y ERC, institución no hace tanto descualificada como remora del pasado y obstáculo para materializar el sueño independentista, figura en el catalógo de avances que el gobierno Sánchez esgrime a menudo como resultado de su política de indultos y amnistía.  Y deben estar en lo cierto los portavoces del gobierno central cuando subrayan este aspecto, aunque el peaje complementario que parecen querer implantar republicanos y legitimistas contradice en realidad el horizonte de trasversalidad y reconciliación que también suele aparecer en los documentos sobre el conflcito político catalán.

El peaje es de formulación elemental. “Déle usted señor Sánchez las ordenes oportunas a Salvador Illa para respete nuestra pretensión de seguir gobernando la Generalitat, que es cosa nuestra, siempre que usted quiera seguir en La Moncloa”. El despecho independentista (el concepto reconciliación no figura en su argot) contra todo lo que no sea independentista sigue reinando en Cataluña y se espera la aparición del mismísimo presidente del gobierno central para conocer su opinión al respecto.

El reto de Sánchez es peliagudo. A diferencia del PSE-EE, el PSC vuelve a ser una alternativa de gobierno en Cataluña, como lo fue hasta 2010. Para mucho observadores y actores económicos y sociales, la prueba del algodón de la reconciliación que permitirá el retorno a la normalidad política pasa por la ruptura de los bloques y la participación del PSC en la Generalitat en función de su fuerza parlamentaria. Y aquí está el problema.

La única opción realista de ruptura del bloqueo sería un gobierno progresista con PSC, ERC y Comuns Sumar. Hasta el momento, ERC se ha resistido a ello y no hay que hacer un gran esfuerzo para imaginar la reacción de Junts en el Congreso de los Diputados de materializarse este tripartito tras el 12-M.  Más aún, Puigdemont viene insinuando que lo conveniente para Sánchez es que el PSC le apoye a él, llegado el caso. Tampoco sorprendería a nadie que ERC reaccionara a esta hipótesis como lo haría Junts en caso de ser ellos los marginados. Illa y el PSC no han entrado todavía en esta polémica, muy poco conveniente para su estrategia electoral. Probablemente dejándolo todo para cuando venga Sánchez.