Las elecciones catalanas limitaron los escenarios posibles a dos: un gobierno presidido por Salvador Illa o la repetición electoral. Junts y su entorno mediático, con TV3 a la cabeza, han conseguido introducir, desde el primer minuto, la ficción de una tercera vía: el eventual harakiri del PSC para permitir un gobierno independentista presidido por Carles Puigdemont. La gran diferencia está en que Puigdemont depende siempre de una decisión inconcebible de Illa, mientras que Junts no tienen nada que hacer para evitar la presidencia del aspirante socialista, salvo presionar a ERC para que no colabore con el PSC y en ello está.

El margen de maniobra de ERC se ha ido reduciendo con el paso de las semanas por culpa de su galopante crisis interna. Hace unos días, ha llegado a su punto álgido (de momento) tras la publicación por parte del diario Ara de una información que atribuye a ERC un cartel aparecido en las últimas elecciones municipales que rezaba así:” Fuera el Alzheimer de Barcelona”, con las fotografías de Pasqual Maragall y Ernest Maragall.

Esta revelación ha desencadenado un alud de críticas, mientras los señalados como responsables de la maniobra (parece ser (sic) que se trataba de intentar remontar la campaña de Ernest Maragall, su candidato a la alcaldía, victimizándole al subrayar la enfermedad de su hermano Pasqual) amenazan con desvelar los entresijos de una organización B dentro del partido. La mayoría de los dirigentes de ERC, ahora abiertamente enfrentados por el control del partido, se han declarado ignorantes de la paternidad del cartel.

La dimisión de Sergi Sabrià, viceconsejero del gobierno de Aragonés, el especialista en comunicación que debía salvar a ERC del fracaso electoral, se explica como un intento de frenar el goteo. El dimisionario se ha declarado inocente de la maniobra, asegurando que dimitía sólo para evitar un mayor deterioro del partido, que ahora mismo navega a la deriva. Sabriá ha dejado caer que el culpable de todo lo que le sucede a ERC es Oriol Junqueras.

Este torpedo a la línea de flotación del discurso ético de ERC ha coincidido además con las muy criticadas decisiones del Tribunal Supremo de no aplicar la amnistía a los dirigentes del Procés condenados o acusados de malversación. Los autos de Pablo Llarena y del tribunal presidido por Manuel Marchena perjudican directamente a Carles Puigdemont por dificultar el cumplimiento de su promesa de asistir a la investidura del presidente de la Generalitat (siempre que fuera la suya), pero también a Oriol Junqueras, porque al mantenerle la inhabilitación lastran sus planes de seguir dirigiendo el partido y aspirar a ser el candidato de ERC en las próximas elecciones catalanas.

La debilidad de ERC desvelada por los resultados electorales del 12-M se está viendo agudizada exponencialmente ahora mismo por estos dos factores, uno imprevisible después de que se cerrara la investigación interna sin resultados y el otro en sentido radicalmente contrario a lo esperado. Respecto del TS,  los republicanos han reaccionado con cierta tranquilidad, asegurando que la resistencia de los jueces a aplicar la amnistía no modifica su predisposición a negociar la investidura de Salvador Illa, cosa que ya están haciendo. Esta determinación ha provocado pavor en el universo de Junts. Puigdemont incluso ha recuperado el discurso de la unidad independentista para aislar a Illa, como en los viejos tiempos.

La extrema inestabilidad interna en ERC no convierte al partido en el interlocutor ideal para alcanzar un pacto de investidura sólido. Ciertamente, tanto como que esta misma fragilidad hace que la opción de los republicanos de provocar unas nuevas elecciones se transforme en una irresponsabilidad política solo comparable a las consecuencias de un eventual harakiri de los socialistas de abstenerse en una investidura de Puigdemont. De ahí el temor de Junts a ver definitivamente enterrado el cuento de la lechera de las posibilidades de Puigdemont. Para frenar el desánimo, Jordi Turull ha insistido que los planes de Junts no han cambiado y que sus posibilidades de recuperar la presidencia de la Generalitat siguen intactas.

La aritmética del Parlament dice que no hay combinación mayoritaria posible para Puigdemont (aun contando con los Comunes, que siempre han negado su voto a Junts) sin la aquiescencia del PSC. En algunas ocasiones, Puigdemont recuerda que Sánchez quedó segundo en las elecciones generales y consiguió retener la presidencia, sin embargo, el único argumento con el que Junts avala su desiderátum es la capacidad de cambiar de opinión de forma inesperada demostrada por Pedro Sánchez, y por ende del PSC, en el caso de la amnistía. Pasó de ser imposible a ser necesaria, recuerdan, para preguntarse por qué ahora no puede suceder lo mismo.

De no “suceder lo mismo” por parte de los socialistas y de aceptar ERC que unos nuevos comicios serían un desastre para ellos, a los republicanos solo les quedan dos opciones para dejar paso a Salvador Illa. Una muy dolorosa por las consecuencias que Junts les vaticina, votándole directamente; o una muy difícil de conseguir, pero mucho más fácil de digerir, convencer a Junts para que les acompañe en una abstención conjunta, suficiente para que el PSC y Comuns impongan la presidencia de Illa y formen un gobierno en minoría. Pero tratándose de ERC, es especialmente arriesgado hacer proyecciones.