Mientras el Ayuntamiento de Madrid cesa a la directora de los servicios jurídicos de la Empresa Municipal de Vivienda, para que no presente recurso contra Ana Botella por regalar pisos municipales a dos fondos buitre, sin que pase nada en absoluto, en Barcelona su alcaldesa, Ada Colau, está siendo sometida a un acoso y derribo en el que van de la mano partidos independentistas y la derecha.

La excusa para la feroz persecución contra la alcaldesa catalana es la creciente ola de delincuencia que padece la Ciudad Condal. El aumento más espectacular, aunque sin llegar a los índices de principios de la década, es el de los hurtos y los robos violentos. Los datos  no mienten, aunque tampoco lo hacen los que indican que en los últimos años el aumento del turismo en la ciudad ha sido exponencial, y que Barcelona tiene índices de criminalidad muy similares al de otras ciudades con parecido número de visitantes.

Pero lo realmente llamativo del caso Barcelona, no se encuentra en discernir si la responsabilidad de la situación recae exclusivamente en su alcaldesa, sino el rayo de esperanza que supone ver como partidos políticos tan aparentemente distantes como JxCat, Ciudadanos o PP, son capaces de ponerse de acuerdo cuando la ocasión lo merece.
 
Cierto es que conforme pasaban las semanas y Barcelona comenzaba a hacer sombra al Chicago de los tiempos de la Ley Seca, algunos  independentistas han querido ver en la campaña que ellos mismos habían iniciado, un ataque interesado contra la capital de Cataluña dirigido desde Madrid. Para que puedan ustedes visualizar lo ocurrido es algo muy parecido a la reacción que tienen los perros cuando se ven reflejados en un espejo y, sin capacidad para reconocerse, se gruñen.

El daño que la campaña está provocando en la imagen de Barcelona es ya profundo, pero queda sobradamente compensado por el gozo que supone comprobar que la derecha, que tanto se ufana con las banderas e himnos patrios, está unida más allá de las fronteras.