“Unidad de España y aplastamiento de Cataluña… hasta que aprendan”. Así se puede resumir el discurso de la derecha cara a las próximas elecciones generales del 28 de abril. Cuando el tema es económico, para justificar las futuras medidas ultraliberales que pondrían en marcha si llegaran a gobernar, recurren a la manipulación descarada de cifras -Casado compara datos de empleo de mayo con los de enero, febrero o marzo, como si no existiera la estacionalidad-, a la mentira flagrante -inventándose datos diferentes a los del INE- y al miedo -¿en serio alguien cree que España está al borde del corralito?-.

Como esta argumentación no se sostiene, vuelta la burra al trigo y a hablar de los independentistas catalanes. A envolverse en la bandera y a decir que Pedro Sánchez, aquel que ha tenido que convocar elecciones porque los nacionalistas catalanes no le aprobaron los presupuestos, entrega España a los independentistas.

Los guiños del independentismo a Pedro Sánchez en estos días han sido munición para las soflamas que se publican en las portadas de los periódicos de la caverna. No hay que hacer un máster en Harvard o Aravaca para saber que si los nacionalistas tienen que elegir entre apoyar a un gobierno del PSOE, firme pero dialogante, o a uno de las tres derechas, que prometen mano dura y 155 sine die, se inclinen por el primero. Y no hace falta que pongan condiciones. La contraprestación es clara: evitar que un gobierno que promete oprimir a Cataluña llegue a la Moncloa.

¿En serio alguien cree que España está al borde del corralito?

La repetición constante del mantra “constitucionalistas versus anticonstitucionalistas” ha logrado que las derechas, una vez más, ganaran la batalla del lenguaje. Se apropian de términos, los repiten hasta la saciedad y terminan siendo aceptados dócilmente por la sociedad. Todos los partidos representados en el Congreso son constitucionalistas. Si no, no estarían allí, simplemente, porque sería ilegal. Y si el hecho de querer cambiar elementos básicos de la Constitución es ser anticonstitucionalista, el partido más antisistema, y con diferencia, es Vox, socio del PP y Ciudadanos.

Por eso, Pedro Sánchez dice que no excluirá a ningún partido que esté dentro de la Constitución. Un claro mensaje contra el partido de Santiago Abascal, cuyas promesas apuntan a cargarse la Carta Magna a las bravas, sin los procedimientos propios de la misma.

Ante semejante panorama, en el PP se echan a temblar y, por ejemplo, asiste con perplejidad a la incontinencia verbal de su número dos por Madrid, Adolfo Suárez Illana, que propicia una sangría de votos. En la entrevista que concedió a El Mundo insiste en que el 1-O fue más perverso que el golpe del 23-F, pero además, suma una nueva barbaridad: “ningún nieto está legitimado para reabrir la herida que cerró la Transición”. Él sabrá -porque en el PP no lo saben- qué beneficios le traen electoralmente declaraciones tan irrespetuosas y tan faltas de empatía con los familiares de las víctimas del terrorismo de estado.

En una sociedad madura, el discurso incendiario, incoherente, mentiroso y manipulador de las derechas, es el que hace la campaña gratis a Pedro Sánchez. Casi puede ver desde la barrera cómo se autodestruyen.

Si las encuestas aciertan, un gobierno dialogante sería la mejor baza contra el radicalismo y un gobierno que mire hacia la izquierda sería la mejor baza contra la injusticia social.