En España y en todos los países los partidos de derecha han llevado al extremo sus planteamientos políticos para aglutinar en una casa común las escisiones ultras que le hicieron perder el poder. Ha ocurrido en Estados Unidos, donde el Partido Republicano ha sido secuestrado por el trumpismo, y en Gran Bretaña, donde el ala ultra de los conservadores se ha impuesto en el último congreso torie.

La derecha española ha experimentado el mismo proceso y el último hito de esta confluencia ha sido la manifestación de ayer domingo en Madrid, que contó también con la presencia de Alvise. El viaje de las derechas hacia el extremismo ha ido en paralelo al de las tres grandes religiones monoteístas del planeta: la judía, la cristiana y la musulmana, que se han visto abducidas por sus sectores más integristas y fanáticos.

Trump cuenta con el respaldo del integrismo evangélico que afirma “Dios+América=Trump”, que puede replicarse en otros países latinoamericanos cambiando el nombre de América y del norteamericano por el del respectivo país y su líder ultra. El cristianismo ortodoxo en Rusia espolea a Putin en la guerra contra Ucrania y su patriarca no tiene empacho alguno en repetir que se trata de una cruzada contra el Occidente infiel y pecador.

Netanyahu se apoya en los partidos religiosos ultraortodoxos en su guerra contra el integrismo musulmán del régimen iraní que apoya a Hamás en Gaza y a Hezbolá en Líbano.

En el catolicismo, salvo su cabeza el papa Francisco, los sectores más ultras desarrollan un notable activismo en países tan importantes como Estados Unidos, España y otros de la Unión Europea, como Italia, Francia y Polonia.

Buena parte de las batallas culturales que se están produciendo en el mundo polarizado que nos ha tocado vivir tienen un trasfondo de conflictos religiosos e identitarios no resueltos. El supremacismo racial se complementa en muchos casos con el religioso, porque no nos olvidemos que la teoría xenófoba del gran reemplazo poblacional presenta la inmigración como una invasión cultural y de creencias extrañas a las tradiciones cristianas.

La política y la religión llevan siglos yendo de la mano y las monarquías y las constituciones tienen casi todas un aval divino que las hace resistentes a cualquier cambio. Por eso, las derechas aquí y en todas partes se retroalimentan del acoso confesional que practican las religiones contra los más tibios de sus fieles, contra los que practican una distinta y contra los que no creen.

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