El 2 de febrero de 2024 puede ser un día histórico. De un lado, la visitante Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y figura más avanzada del “Gobierno más progresista de la historia de España”, apoyado en el Parlamento por más fuerzas “de progreso”. Del otro, el anfitrión papa Francisco, de quien los medios no dejan de decirnos que es un paladín (“papaladín”, bromea él) en la defensa de la justicia y los derechos humanos, y asimismo “el papa más avanzado de la historia”.

Por si fuera poco, Díaz ha reiterado su “magnífica relación” y “coincidencias” con Bergoglio, y no esconde que quiere “sumar también desde la Iglesia”. Por tanto, con tan extraordinaria conjunción de astros progresistas, la visita será una ocasión memorable para que Díaz anuncie, con el extra de la bendición papal, que, avanzando en “la justicia y los derechos humanos”, en España vamos a terminar de una vez con los Acuerdos de 1979 entre España y la Santa Sede, que llevan más de 45 años prorrogando el Concordato franquista que nos tiene atados y bien atados desde 1953. En definitiva, que vamos a acabar por fin con los graves remanentes del nacionalcatolicismo de la dictadura y con el menoscabo de la soberanía nacional ante los intereses de otro Estado, un Estado teocrático que –pese a tan avanzado papa– sigue vulnerando derechos humanos, en especial de mujeres, homosexuales y niños. Tratándose de estos dos grandes líderes del progresismo, su encuentro podría (debería) transcurrir aproximadamente como sigue.

“Naturalmente”, explicará Díaz, “la derogación de los Acuerdos de 1979 (no su modificación) será el paso necesario para abordar todo lo que están entorpeciendo”. “Decí vos y lo repasamos bien, que no armemos mucho quilombo”, responderá Bergoglio, ya al tanto pero sin querer “levantar la perdiz”. Díaz irá enumerando las medidas decididas por su Gobierno y aliados sin negociación alguna con la Iglesia, aunque el papa agradece la cortesía de mantenerlo informado:

“La salida de la religión de la escuela y el fin progresivo de los conciertos educativos”. La vicepresidenta expondrá que es “inaceptable el adoctrinamiento religioso infantil, que no solo es pseudo y anticientífico (creacionista y milagrero), sino que transmite una moralidad cargada de homofobia y sumisión femenina. “Es un abuso inadmisible para cualquier feminista, como yo”, dirá la vicepresidenta, con el asentimiento del sumo pontífice, “pues ¿no transmite la Iglesia católica a la infancia unos valores que promueven el machismo y, derivada de éste, la violencia de género?”. El papa toserá incómodo, y replicará: “Hablando de abusos, qué me contás de nuestros abusos sexuales?, en eso tampoco esperés más de nosotros, ¡son ustedes, gobernantes, quienes tienen que obligar!”.

• “Sí, querido Francisco, obligaremos a la Iglesia a proporcionar toda la información que posea sobre abusos sexuales, y a hacerse cargo de las indemnizaciones pertinentes (no las fijadas por ella misma, como quieren los astutos obispos); no habrá prescripción de esos delitos, y se evitarán los ámbitos que favorecen el abuso mental y sexual infantil”. “¡¿Dónde hay que firmar?!”, dirá con contundencia el papa.

“El fin de la financiación estatal a la Iglesia”. Díaz recordará que, en realidad, para esto no hacía falta derogar los Acuerdos, sino cumplir la parte de estos en los que la Iglesia se comprometía a su autofinanciación, pero es la parte que se ha olvidado, “vaya por Dios” [risas de ambos]. Así que, en defensa de la “economía social” y en favor del bien común y de los necesitados, adiós a la financiación directa, a las casillas del IRPF, a las exenciones del IBI (¡hasta de locales comerciales alquilados!) y de otros impuestos, a los sueldos de catequistas y curas…”, en fin, a los más de 12.000 millones de euros anuales que Europa Laica calcula que recibe la Iglesia del Estado. Éste se olvidará de promover la humillante caridad, en beneficio de la justicia. El papa apostillará, al ver que Díaz lo mira preocupada: “Che, Yolandita, por mí muy bien, mirá cómo los pibes de la Iglesia argentina sí que han renunciado a mamar tanto del Estado, ¡con la que está cayendo allá!, y no son unos boludos; ¡nunca nos quedaremos sin guita!, jaja”.

“La reversión de las inmatriculaciones”. Yolanda Díaz le contará al papa que el listado de bienes inmatriculados que lanzó el Gobierno español en 2021 estaba muy mal hecho (“ya me lo dijeron, riendo, los muy vivos obispos, vaya macanaaa”, dirá el papa), de modo que hará otra lista completa tanto en fechas (desde 1946, no desde 1998) como en datos, que incluirá por tanto los más de 100.000 bienes que la Iglesia se ha apropiado ilegítimamente (sin título de propiedad). Y, además, “el Estado tomará la iniciativa para la completa reversión de esos bienes públicos al propio Estado, es decir, a la ciudadanía”. “¡Chévere, por ‘la Iglesia de los pobres’, ¿no es cierto?! ¿Pero podremos seguir diciendo nuestras misas en templos del Estado?”, preguntará el papa para asegurarse, y Díaz lo tranquilizará: “claro, la Iglesia podrá seguir haciendo uso de los templos, pero se le terminará el negocio de los ‘donativos’ para entrar a algunos [guiño]”.

• La vicepresidenta le anunciará al papa que se acabarán otras prerrogativas de la Iglesia y la religión católica, como el que las autoridades públicas civiles y militares acudan a misas, procesiones, ofrendas…; de modo que el rey nunca más hará la ofrenda al apóstol Santiago, “y yo tampoco volveré a ese esperpento; ‘me he equivocado y no volverá a ocurrir’, jaja”, le dirá, sumándose a las bromas. Fin a los privilegios de las cofradías (“las religiosas, no las de pescadores [más risas]”), a la retransmisión abusiva de eventos religiosos en los medios estatales (“no hace falta que pongás mis misas en las teles y radios públicas, ya verás vos cómo me sacan en las privadas”), a los símbolos religiosos en espacios públicos, etc., etc.

• Además, para facilitar todo eso y algunas cosas más, Díaz anunciará que por fin van a promover “una Ley de Libertad de Conciencia que asegure que no haya discriminaciones (ni positivas ni negativas) por motivos de creencias y convicciones… y nada de ‘sumar’ más confesiones a los privilegios de la Iglesia”.

“¡Che, Yolanda, pues lo mismo ahora, sin esos feos privilegios, dejamos de perder ríos de fieles por el desagüe!”, le dirá el papa emocionado, cogiéndole las manos.

Y es que, sabedor de que –contra lo que suelen propalar el laicismo no es antirreligioso y sí indisociable de la democracia, al progresista papa le parecerán todas esas iniciativas de maravilla, y se encargará de aplacar a la ultramontana Conferencia Episcopal Española: “llamaré a los obispos para que asuman el fin de la sopa boba; ¿no están con los necesitados? Ay, una cosa es predicar y otra dar trigo, jaja. Bueno, ellos sí que me dan chucho con sus dengues, no vosotros [guiño]”.

La vicepresidenta le aclarará de nuevo que son medidas que tiene que tomar un Gobierno realmente progresista, o incluso meramente democrático (de izquierdas o de derechas), en beneficio de la ciudadanía, aunque al papa y a los obispos no les gusten; pero que, estando él de acuerdo en la defensa de la igualdad, la libertad de conciencia, y en definitiva de los derechos humanos y de la democracia (aunque en los hechos de la Iglesia a menudo se vea lo contrario de todo eso), mucho mejor.

“Yolanda, y si en la visita no hubieras anunciado estas medidas, ¿qué habría pasado?”. “Uy, pues habría contado que hablamos del trabajo digno, el clima, la paz mundial…, y habría insistido en nuestras coincidencias y en lo que te admiro aunque no sea creyente. Pero entonces, ay, me podrían decir, con toda la razón, que vaya tontería venir a verte para eso, que solo lo haría por “sumar” votos católicos, y que habría perdido, con mi Gobierno, una oportunidad histórica para poner en marcha los avances en laicismo imprescindibles para el pueblo. Y a mí en concreto me dirían con toda justicia que no soy ni tan progresista, ni tan feminista, ni en definitiva tan defensora de los derechos de la ciudadanía”.

Como dijo Publilio Siro, “la oportunidad se presenta tarde y se marcha pronto”.