Oímos ciertas bocas a las que, de tanto como la invocan, no le cabe más “España” entre su lengua y paladar. “Ahora toca pensar en España”, “España primero”, “España antes que el partido”… Sólo les falta pronunciar “españoles antes que rojos”. Inaudita tal avalancha de declaraciones de españolismo. Y hablamos de españolismo porque no hacen falta tales declaraciones enfáticas en demasía para dar fe de lo que, por otra parte, se da por supuesto: que el PSOE es un partido español, que sus militantes somos españoles y que tenemos un compromiso ciudadano leal y firme con nuestro país, y ello desde nuestra opción política, entendiendo que la tenemos asumida porque las trabajadoras y trabajadores, los jóvenes y mayores, las mujeres y los hombres se beneficiarán si los objetivos de emancipación y solidaridad del Partido Socialista logran realizarse.

Cuando se contrapone partido y España, o es porque se tiene una visión sectaria del partido o es por permanecer apegados a una concepción mítica de la nación, la cual, por otra parte, funciona como condensación de una no confesada ideología nacionalista que encubre intereses replegados bajo su cobertura. Por eso, las afirmaciones vehementes sobre España por encima de todo entran en el terreno del españolismo, el cual no deja de arrastrar, a pesar de décadas de Estado autonómico, marcadas connotaciones de centralismo y unitarismo.

¿No será excesivo y extemporáneo describir así las insistentes declaraciones sobre “España primero” de los dirigentes socialistas que se han rebelado contra el secretario general del PSOE, sean dimisionarios de la Ejecutiva, sean instigadores de tal culminación del movimiento conspiratorio que ha desembocado en la actual crisis de la “familia socialista”? Obviamente, pienso que no.

No se quieren enterar de que lo que en verdad lo amenaza es el inmovilismo de un PP

A primera vista puede pensarse que insistir en que lo prioritario es España, dado que el país anda desestabilizado tras muchos meses sin gobierno, es razonable frente a la propuesta del secretario general de adelantar el Congreso del partido para salir de un enfrentamiento interno en el que él mismo se veía constantemente criticado y deslegitimado para llevar adelante las negociaciones que permitieran pasar del “no” a un gobierno del PP al “sí” a un gobierno alternativo.

La propuesta de Pedro Sánchez presentaba inconvenientes, cierto, pero habrá que reconocer que es propuesta in extremis ante presiones indescriptibles para forzar que el grupo parlamentario socialista optara por una abstención que facilitara un gobierno presidido por Rajoy. Pero a poco que profundicemos, podremos concluir que, al pretender acabar con el “no” defendido desde la dirección socialista –recogiendo acuerdo del comité federal que todos sus miembros ratificaron sucesivas veces-,lo que se busca no es sólo acabar con un “no” antes esgrimido de manera tacticista y que ahora se quiere dejar atrás, sino que lo que se intenta a toda costa es impedir que la posibilidad de un gobierno alternativo se abra camino mediante pacto parlamentario con Unidos Podemos y otras fuerzas nacionalistas, incluso soberanistas, quizá dándose la circunstancia de una abstención de los catalanes explícitamente independentistas. He ahí la madre del cordero, al menos una, la que con su balido moviliza el rebaño con camufladas variantes de nacionalismo españolista.

Así, pues, además de la inocultable fobia a Podemos –tampoco se empeñaron mucho en hacer amigos-, y del mirar hacia atrás con apego a fórmulas organizativas del pasado y a planteamientos de otra época que hoy han quedado obsoletos en un mundo globalizado, en una Unión Europea moribunda y en una España donde las crisis se superponen, lo que se halla tras la desleal revuelta de una parte de la dirigencia socialista es la respuesta a la llamada a rebato desde diversas instancias al considerar que el Estado está en peligro.

La propuesta de Pedro Sánchez presentaba inconvenientes, pero habrá que reconocer que es propuesta in extremis

No se quieren enterar de que lo que en verdad lo amenaza es el inmovilismo de un PP que se debe a los poderes económicos que representa –más allá o más acá de que esa derecha política represente a ocho millones de votantes-, el cual, como bien sabemos, está apalancado en una idea de España hoy por hoy ajena a la pluralidad nacional que existe bajo el techo de un mismo Estado. De ahí que por una supuesta estabilidad se cierren los ojos al sacrificio de la dignidad; de ahí que por no replantear en serio una concepción del Estado que en verdad no garantiza su futuro también se ponga en peligro el poder recuperar un discurso y una práctica de izquierdas, dejándose llevar por la lánguida corriente de una socialdemocracia que no acaba de mirar de frente a su propia crisis.

El conflicto en el PSOE se ha desatado en modo inocultablemente fratricida. Pero los protagonistas del “estatutazo”, invocando en su conjura débiles motivos de legitimidad a la vez que hacen una utilización abusiva de los estatutos del partido, sólo llevan adelante una lucha de poder que es inútil para afrontar la crisis en que está España y la crisis del mismo Partido Socialista. Alguna vez habrá que hablar en serio.