No sé si el actual líder del PP, Pablo Casado, tiene algo que ver con el militar Segismundo Casado. Una de las figuras más ambiguas y equidistantemente traidoras de nuestra historia reciente contemporánea. Aquel fue un militar, supuestamente fiel a la Segunda República española, que apoyándose en resentidos y en el desplazamiento del gobierno de Negrín al levante por el asedio de Madrid, dio un golpe de estado y entregó la capital al golpista Francisco Franco. Le sirvió de muy poco. Los republicanos no le perdonaron nunca la traición, y Franco, ya convertido en Dictador, no le concedió los honores y beneficios que él pensaba, teniendo que marchar al exilio. Nuestro Casado de hoy, familia o no de aquel traidor a las dos Españas, que es como decir traidor a España entera, tampoco le está prestando, por su tibieza y ambivalencia, un buen servicio a nuestro país. Rehén de una ultraderecha, la de VOX, que nació en su seno, aunque escindida, que le pisa el terreno y aumenta su poder, siendo determinante para el gobierno en muchos de sus ayuntamientos y autonomías, condicionándolas hasta el sonrojo. Su carisma está ahora en cuestión, después de haberse impuesto en el congreso de su partido con enjuagues complicados de explicar, por los perfiles populistas de una Isabel Díaz Ayuso que no tiene límites en su ambición, y una opción más consolidada y de centro como es Alberto Núñez Feijóo. Ambos suponen contrapoderes y rivales, dentro del propio partido, que ponen en cuestión, incluso sin pretenderlo, en el caso de gallego, y con toda la intención, en el caso de la madrileña, el liderazgo de Casado.

Como suele pasar en estas lides, no todos los méritos son de los que cuestionan el liderazgo de Casado, dentro y fuera de su partido. Su solvencia intelectual es tan fiable como la acreditación de su doctorado… Sus debilidades argumentativas, de cohesión, de dirección de una política clara frente a la extrema derecha y al gobierno, más allá del no a todo, y a la vez sostener una cosa y la contraria, su inmovilismo, casi “rajoyniano”, así como serias lagunas intelectuales, lo desacreditan, constantemente. Entre sus muchos e inútiles negacionismos, está el de llevar la contraria a toda la historiografía seria internacional, sobre la legitimidad del gobierno democrático de la Segunda República española; también la negativa a llamar golpista y dictador a quien lo fue, Francisco Franco y sus partidarios, y negar lo que, todos los historiadores serios y rigurosos, consideraron un campo de pruebas del fascismo europeo que desembocó en la segunda Guerra Mundial. El silencio cómplice, por no decir bovino, de Pablo Casado, en un acto en Ávila, convocado por el PP, ante las afirmaciones del exministro de la UCD Ignacio Camuñas, negando las razones históricas de la Guerra Civil española, son otra escandalosa prueba.  Camuñas afirmó, en presencia del líder del partido, Pablo Casado, que la Guerra Civil fue consecuencia del Gobierno de la II República y por ello el alzamiento militar “no fue un golpe de Estado” sino “un fracaso de todos los españoles”. Según el exministro de Suárez, “fue un enfrentamiento brutal de dos sectores de los españoles y se saldó con los daños propios de los que es una guerra civil. Es mejor olvidar y no seguir hurgando y decir poco menos que la derecha es la culpable”. Camuñas llamó a “responder a la izquierda: Si hubo guerra civil es porque ustedes lo hicieron muy mal y la República fue un fracaso que nos llevó al enfrentamiento entre los españoles. Es mejor que olvidemos o que lo dejemos en el terreno de los historiadores”. Ignacio Camuñas también reclamó a Casado que cuando llegue a presidente del Gobierno “la primera medida que tome sea acabar con la ley de Memoria Histórica porque es un ataque frontal a la concordia y a la Constitución”. De hecho, el presidente del PP avanzó que su formación ya tiene redactada la ley de Concordia que sustituirá a la actual de Memoria Histórica o la de Memoria Democrática, de llegar su formación a la Moncloa. No puede sorprendernos cuando, la semana pasada, y ante la estupefacción de la democracia cristiana europea  a la que se supone que está adscrita el PP español, se abstuvieron contra al bloque europeo, en sus advertencias y sanciones a Hungría por su ley homófoba, alineándose con toda la extrema derecha europea, y con países que practican la discriminación y el no cumplimiento de las leyes europeas y la aplicación de los  Derechos Humanos. No es nuevo. Hace ya muchos años, una recién llegada al liderazgo de la democracia cristiana alemana Ángela Merkel, pedía a sus presuntos “colegas españoles” del PP que condenaran, explícitamente, la dictadura de Franco. Para la sorpresa de Merkel, el interpelado Mayor Oreja, no sólo no lo hizo, sino que se permitió decir que “el franquismo era una situación de extraordinaria placidez”. En esas siguen. En la placidez de las cunetas, las fosas comunes y la negación del golpismo. Si estos son los baluartes históricos y democráticos con los que Casado pretende construir su supuesto programa de gobierno, estamos apañados: negacionistas, franquistas orgullosos, y la extrema derecha de Vox, homófoba, misógina y antidemocrática. Menos mal que, de aquí a que haya elecciones, a pesar del mantra de la petición estéril de adelanto electoral, aún veremos cómo en su propio partido lo retiran.