Poco se está valorando la revolucionaria propuesta de Isabel Díaz Ayuso, es decir, del PP de Madrid, de conceder becas de estudios con independencia de la renta de las familias. En su afán por desprestigiar a la presidenta madrileña, la izquierda se ha echado al monte, como hace siempre que tiene ocasión, y ha comenzado a decir barbaridades sobre una idea que, por novedosa y atrevida, son incapaces de entender.

Hasta ahora, lo normal, lo que han hecho todos los gobiernos en mayor o menor medida, ha sido conceder becas para que pudieran estudiar quienes más dificultad económica tenían. Pero, y aquí está la clave de la propuesta de Ayuso, ningún gobierno se había planteado nunca qué ocurre con todos esos niños ricos que estudian sin el aliciente de poder ahorrarles dinero a sus padres.

No hace falta conocer a muchos ricos para saber que nada les gusta más que conservar su dinero. Con la imposibilidad de que sus hijos puedan presumir ante sus progenitores de haber conseguido una beca, estamos perjudicando gravemente la relación paterno-filial y coartando la iniciativa de miles de niños ricos, que probablemente no tengan otra posibilidad en la vida de acceder legalmente al erario público.

Pero el alcance de la medida de Isabel Díaz no se detiene aquí. La mayor parte del dinero que se concede en becas a los niños pobres, lo dedican a gastos que nada tienen que ver con los estudios, como comida o ropa, ya que los colegios a los que asisten, por ser públicos, ofrecen la enseñanaza de forma gratuita. En cambio, los niños ricos, que tienen cubiertos sobradamente esos gastos superfluos, pueden dedicar enteramente el dinero becado a los colegios privados a los que asisten. Gracias a ello podrán mejorar sus servicios renovando, por ejemplo, la climatización de la piscina, el suelo de las pistas de paddle o contratando a  asistentes que los ayuden en sus enojosas tareas escolares.

Hace pocos días, Agatha Ruiz de la Prada se quejaba, con más razón que un santo, de que sus hijos no habían podido disfrutar de la sensación de sentirse ricos o pobres, porque habían crecido en la inopia económica. No es un caso único. Son muchos los hijos de ricos que no saben que lo son. No es justo que los niños pobres tengan plena conciencia de su condición y que los ricos crezcan sin el gozo extra que les produciría saberse afortunados. La medida de la beca no va a solucionar por completo esta injusticia, pero, sin duda, es un paso importante para que conozcan que hay otro mundo, mucho más poblado que el suyo, donde quien paga el colegio no es el papá o la mamá de rostro bronceado, sino un papá sin rostro al que llaman estado.