Nos decían cuando estudiábamos matemáticas que el orden de los factores no altera el producto, pero con los años uno empieza a dudar. Porque la sociedad que tenemos no es solo la suma de sus partes, sino también el resultado del orden en que se combinan: quién educa, quién lidera, quién forma. Y hoy, en este cruce generacional que vivimos, ese orden está cambiando.
Durante décadas, los baby boomers hemos ocupado las sillas del poder, de la decisión y del ejemplo. Hemos sido los formadores —con mayor o menor acierto— de quienes hoy crían hijos, fundan empresas, diseñan políticas o transforman la tecnología. Pero ese ciclo se acerca a su fin. En los próximos años, millones de boomers dejarán el mundo laboral. No desaparecerán —ni falta que hace—, pero su retirada dejará espacio para nuevas formas de hacer, de pensar y de liderar.
¿Va a cambiar el mundo por eso? Sí, pero no va a acabarse. Va a mutar. Como siempre ha ocurrido.
Hoy convivimos cinco generaciones. La Generación X, de perfil bajo y aguante alto, actúa como bisagra. Los millennials, que vieron derrumbarse las promesas del bienestar tras la crisis de 2008, pelean por una estabilidad que no siempre llega. Los Zetas, digitales por nacimiento, están dando sus primeros pasos como padres y referentes. Y ya asoman los Alfa, nativos de una era marcada por la inteligencia artificial, el cambio climático y la hiperexposición.
Cada una llega con su mochila, sus talentos y sus límites. Por eso no se trata de compararlas, sino de preguntarnos: ¿cómo les estamos preparando para lo que viene? ¿Y cómo se están preparando ellas para formar a los que vendrán?
Este relevo no afecta solo al ámbito político, educativo o familiar. También alcanzará —ya lo está haciendo— al mundo empresarial. Las nuevas generaciones no solo van a ocupar los espacios de consumo, sino también los de liderazgo, innovación y emprendimiento.
Quienes aún estamos al timón tenemos la responsabilidad de preparar estructuras que no se limiten a atraer talento, sino a entenderlo
Las empresas deberán adaptarse a esta nueva forma de entender el trabajo, el propósito, el tiempo y el compromiso. Y quienes aún estamos al timón tenemos la responsabilidad de preparar estructuras que no se limiten a atraer talento, sino a entenderlo. Porque, como en el ajedrez, no basta con tener piezas valiosas: hay que saber jugar con ellas, anticipar movimientos, ceder espacio cuando toca y cuidar el equilibrio del tablero.
La regeneración, entendida como un proceso colectivo, también debe ocurrir dentro del tejido empresarial. Y eso exige no solo cambios normativos o tecnológicos, sino una nueva mirada intergeneracional, estratégica y profundamente humana.
Los jóvenes buscan un propósito real, no un salario vacío
Según el Deloitte Global Survey 2025, los jóvenes buscan un propósito real, no un salario vacío. Valoran la conciliación, la salud mental y la sostenibilidad. Pero el mismo informe muestra que muchos se sienten inseguros, estresados y desconectados de las estructuras que deberían acompañarlos. El 49 % de la Generación Z no se siente financieramente segura. En Australia, el 97 % cree que los políticos no se preocupan por ellos. No es cinismo: es decepción.
Y sin embargo, no son generaciones perdidas. Son generaciones que necesitan ser vistas sin paternalismo, sin etiquetas y sin desprecio. Porque, aunque no lo parezca, son las que van a cuidar de nuestros mayores, formar a nuestros nietos, decidir el rumbo de nuestras democracias.
Tal vez lo que nos faltó enseñarles no fueron conocimientos, sino herramientas para leer la complejidad. Quizá deberíamos haberles enseñado ajedrez: no por el juego, sino por lo que enseña sobre anticipar, esperar, ceder y pensar a largo plazo. En lugar de educar para el rendimiento inmediato, podríamos haber educado para el impacto futuro.
Pero aún estamos a tiempo.
No se trata de negar nuestras diferencias ni de idealizar el pasado. Se trata de entender que los cambios demográficos —como la jubilación masiva de los boomers— implican un relevo natural, sí, pero también cultural, ético y pedagógico. Y ese relevo no puede dejarse al azar.
Formar no es solo enseñar: es transferir visión, no solo conocimiento. Acompañar, no solo instruir. Cultivar criterio, más que habilidades. Si no educamos con conciencia de futuro, el cortoplacismo seguirá siendo el patrón. Y si no confiamos en los jóvenes —con sus propias herramientas—, estaremos impidiendo el cambio que decimos necesitar.
Por eso, esta no es una llamada apocalíptica, sino una invitación a la serenidad estratégica. A mirar con lucidez la transición que se avecina y preguntarnos cómo queremos vivirla: ¿como una pérdida o como una oportunidad?
Que el relevo no sea ruptura, sino evolución
Como diría James Bond: esto no va de mezclarlo todo, sino de agitarlo con intención. Que cada generación aporte su esencia. Que el relevo no sea ruptura, sino evolución. Y que el orden de los factores, esta vez sí, dé como resultado un futuro más justo, más consciente y más habitable para todos.
Epílogo: del diagnóstico a la acción
Esta reflexión nace de una preocupación, pero no pretende quedarse en la melancolía. Al contrario: quiere ser un primer paso. Porque el relevo generacional que vivimos no solo es inevitable, sino una oportunidad. Y para aprovecharla, necesitamos espacios de análisis, de encuentro, de diálogo y, sobre todo, de acción.
Por eso impulsamos la jornada “La necesidad de democracias con latido: la regeneración democrática, una obligación de Estado”, como continuación natural de esta mirada sobre el presente y el futuro.
Queremos pensar juntos qué país queremos dejar. Qué sociedad formará a los hijos de quienes hoy empiezan a formar. Qué instituciones serán capaces de sostener el pulso democrático que una democracia avanzada necesita.
Este artículo abre la conversación. La jornada la continúa. Ojalá entre todos, la sociedad que viene la consolide.