Llevamos días pendientes de los avatares sufridos por la denominada “flotilla de la libertad”, un conjunto de embarcaciones que pretendían llevar ayuda humanitaria a Gaza, al tiempo de llamar la atención sobre el terrible conflicto y la paupérrima situación en que se encuentran los ya diezmados habitantes de la franja.

Como era de suponer, el grupo no ha logrado su objetivo originario, el de llevar la ayuda humanitaria, aunque sí el fin secundario - ¿o tal vez principal? - de llamar la atención sobre lo que allí está ocurriendo.

No pretendo aquí emitir juicios de valor sobre la conveniencia o no del envío de la flotilla, aunque, sea como sea, hay que valorar el hecho de que unas personas sacrifiquen su tiempo y arriesguen su integridad con un fin loable, sea o no viable. Y, con ello, lo que pretendo, sobre todo, es resaltar la labor de quienes, de una manera altruista, se dedican a intentar mejorar la vida del prójimo.

El activismo es una actividad siempre, o casi siempre, ligada al voluntariado. Y ambas, sin duda alguna, guiadas por un espíritu de solidaridad que cada día se echa más de menos. Porque dedicarse al servicio a los demás cuando podría hacerse cualquier otra cosa es digno de admiración. O debería serlo.

Es fácil criticar desde el sofá, o desde cualquier punto de nuestra zona de confort. Es fácil cerrar los ojos y mirar hacia otro lado pensando que las cosas las han de solucionar los políticos mientras el resto permanecemos impasibles. Y también es fácil encogerse de hombros alegando que las cosas no tienen remedio o que no es problema nuestro. Pero nadie dijo que fuera fácil, y la pasividad es la madre de muchos de nuestros males.

No voy a afirmar que todo lo que se hace desde el activismo es acertado. Hay decisiones francamente discutibles, por no decir otra cosa, como la de arrojar pintura a obras de arte a modo de protesta. Pero también hemos de admitir que, sin la acción del activismo, la sociedad no hubiera tomado conciencia de muchas cosas, como ocurre en el caso de la protección del medio ambiente. Alertaron mucho antes de que las instituciones se pudieran las pilas de que nos estábamos cargando el planeta. Y, por desgracia, tenían toda la razón.

Tampoco me olvido de la importante tarea llevada a cabo por muchos activistas en el rescate de embarcaciones precarias atestadas de migrantes que se jugaban la vida con la promesa de una vida mejor. Y estos son solo algunos ejemplos.

Así que, para quienes critican, puede que lo no hagan todo bien. Pero no hacer nada es mucho peor. No hay que echar una mirada al mundo para comprobarlo.

SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)