Polarización es la palabra escogida por la Fundéu para representar 2023. Taylor Swift es la persona del año para la revista Time. Flowers, de Miley Cirus, la canción más escuchada. Chat GPT es la búsqueda más prolífica en Google. Antena 3, la cadena más vista. El fútbol en abierto y eurovisión, las emisiones con mejor cuota de pantalla.

Sobra con dedicar el tiempo del café a ojear la prensa para observar estos rankings y conocer qué ha marcado un año, 2023, que se acaba con diferencias y similitudes a cómo empezó: las guerras se multiplican y silencian a conveniencia -estalló Palestina y Ucrania pasó a las páginas de curiosidades-; el cambio climático nos deja temperaturas récord, los tipos de interés siguen ahogando a los hipotecados, la vivienda se consagra como el tema central de 2024 sin solución a la vista, mancharse de aceite es un gesto de ostentosidad, Pedro Sánchez sigue en La Moncloa, Isabel Díaz Ayuso en la puerta del Sol y Puigdemont en Waterloo, aunque por poco tiempo.

Al queso, el jamón y los patés les rodea un constante peligro -y no es el vino, que también-: la conversación, la familia, las crónicas descamisadas de quien se sienta a tu lado a engullir canapés como si en vez de acabarse el año se acabase la existencia mientras suelta atrabiliarias sentencias sobre el gobierno del perro, las hordas de violadores en la calle, la ausencia de Herbal Essences en el flequillo de Puigdemont, la ropa de la Yoli o la ausencia de ella en la Pedroche.

En casa siempre se ha dicho que en este tipo de celebraciones hay varios temas que es mejor no tocar: religión, fútbol y política. Así que si quieres guasa, cachondeo o sacar de sus casillas a media mesa, sin distinción de ideología y sencillamente porque la razón no puede anular al espectáculo, lo tienes fácil: “Para violadores en la calle los de la sotana y el silencio cómplice de la santa sede”, con los vinos; “¿un piquito?”, con la sidra; “qué te vote Txapote”, con el gintonic.

Porque en el año de la polarización nos han sobrado los motivos para el enfrentamiento, la divergencia de opinión y la búsqueda rápida de términos como amnistía o lawfare. Empezó con Ramón Tamames doblegando a la edad a cambio de un libro y un bocadillo y ha acabado con María Jesús Montero taconeando sevillanas sobre la mesa del Consejo de Ministros, vestida de lunares y color ‘rojo Ayuso’ en el balcón de Génova dando el primer bocado de la última cena de Feijóo.

Entre tanta política y cambios de opinión -de estudiantes de ICADE pegando patadas a la policía en mocasines a la izquierda defendiendo amnistiar a malversadores- también ha habido tiempo para la pompa y el chaqué con la coronación de Carlos III o la jura de la Constitución de Leonor; para el deporte, con Aitana Bonmatí recogiendo el balón de oro o Novak Djokovic haciendo de la edad una indecorosa cifra en el expediente; para lo internacional, con la motosierra de Milei o las imputaciones de Trump; para la televisión, con el adiós de Piqueras y el de Sálvame; para los sucesos, con Daniel Sancho o Álvaro Prieto; para el amor y el perdón, con Tamara Falcó e Íñigo Onieva; para el adiós y el despecho, con Shakira y Piqué.

Un año de reencuentros y despedidas. Un año para mirar hacia adelante y no olvidarse del ayer, de los que han quedado, de los que ya no están. De la ‘yé-yé’ Concha Velasco a la pantera Tina Turner, pasando por ‘Il Cavaliere’ Silvio Berlusconi, la acidez de Ramón Lobo, la inefable lucha de Itziar Castro o los claroscuros de Matthew Perry.

Ustedes decidirán de qué hablar, qué recordar, por qué brindar. Brinden por lo que quieran, pero brinden. Con quien estén. Con sus padres, sus hijos, sus parejas o futuras exparejas. En familia o con amigos. Con agua o apurando la penúltima botella. Que las copas y su estruendoso repiqueteo despidan el año. Por los recién llegados, por los que se fueron, por la penúltima de los viernes o las tardes en las que todo era un desastre menos nosotros dos. Chin chin.