Cuando era una niña leí un libro maravilloso, de Lucy Maud Montgomery, titulado Ana de las Tejas Verdes. En realidad, no es un libro para niños, sino especialmente escrito para adultos, porque quizás seamos los adultos los que necesitemos aprender más y mejor las lecciones más simples de la vida, lecciones que algunos ámbitos, en el camino, nos hicieron olvidar. Es la biografía de una niña huérfana, una niña muy especial acogida por dos hermanos; un relato autobiográfico de una pequeña indefensa y llena de imaginación, hasta llegar a la adultez, constituyéndose en una gran metáfora de las cosas del corazón.

Olvidé casi todo el argumento, pero asimilé muy bien dos ideas, del universo de Ana, que me sorprendieron, porque también formaban parte del mío propio: una de las grandes ambiciones de Ana, como lo era entonces para mí, era encontrar a una “amiga del alma”, una amiga con la que entablar una relación profunda y llena de afecto y complicidad, algo que en mi infancia nunca llegué a tener. La otra idea era la enorme importancia de las palabras a la hora de interpretar, y por tanto, de modelar la realidad. La lacónica laguna Barry para Ana era “el lago de las aguas refulgentes”, y le convertía, así, cambiándole de nombre, en un lugar mucho más mágico y sugerente.

Tardé muchos años en encontrar a mi gran amiga del alma. Una pintora maravillosa y de un enorme corazón que ha formado y siempre formará parte de mi vida. Nos reconocimos de inmediato, y siempre, desde entonces, hemos estado muy unidas. Para mí tiene, ha tenido y siempre tendrá un valor muy especial esta amistad tan bonita, tan sincera y tan profunda, entre otros motivos porque es fácil percibir que la amistad femenina es difícil en un país como el nuestro, forjado en el machismo. Durante años me preguntaba qué ocurría en este sentido, porque a lo largo de mi vida he ido observando cómo, con frecuencia, las mujeres no son amigas de las mujeres, sino que entran en competencia y se convierten no en hermanas de género, sino en supuestas contrincantes respecto de algo que no llegaba a entender muy bien.

El machismo es una ideología en la que, aunque sea de manera inconsciente, las mujeres militan también

Ahora creo que esa “competencia”, esa animadversión, esa hostilidad a flor de piel de algunas mujeres respecto de otras no es otra cosa que un tentáculo más de esa ideología contundente que llamamos machismo. Parece que muchas mujeres continúan llevando en su carga morfogenética ese rol tan concreto de la mujer supeditada a su dependencia, a la negación de su autonomía, de su afectividad, de su libertad. He pensado mucho sobre ello y, ya digo, he percibido que quizás por siglos de estar sometidas a un único modelo vital, el de ser dependientes de un hombre, algunas mujeres siguen manteniendo esos esquemas primarios, que nos convierte en rivales, en su universo emocional, al menos ante mujeres librepensadoras o que representan un arquetipo femenino diferente.

Por eso suelo decir que el machismo es una ideología en la que, aunque sea de manera inconsciente, las mujeres militan también. Son machistas las mujeres hostiles respecto de las otras mujeres, son machistas las mujeres que utilizan a los hombres para medrar, las que se introducen en el modelo tradicional para beneficiarse a nivel personal, las que hablan mal y de manera soez de las otras mujeres, las que no ven más allá de lo superfluo, las que renuncian a su autonomía, a su dignidad o a su libertad esencial. Afortunadamente existen muchas y maravillosas mujeres despojadas de esas telarañas opresoras del pasado, mujeres que yo llamo simbólicamente mujeres “magas”, porque no son hostiles, son hermanas, no son voraces, sino están llenas de corazón y son capaces de crear una hermosa realidad.

Creo que se les ve en la cara. Son mujeres que sonríen desde dentro, desde la sinceridad y la ternura, mujeres que se alían con las otras mujeres, porque se alían con la vida y con toda la humanidad; mujeres que aman, que piensan, que sienten profundamente, que crean, que quieren entender a sus congéneres y también entender la realidad, que viven la grandeza de lo femenino desde el corazón y desde la libertad. He tenido la enorme suerte de tener cerca durante mucho tiempo, como Ana de las Tejas Verdes, a una queridísima amiga del alma, una mujer , en palabras de la poeta dominicana Martha Rivera, “maga, lúcida, irreverente, loca, amante de la poesía, que piensa, que sabe lo que sabe, y además sabe volar”.

A ella le dedico esta reflexión, a Dolores Núñez, mi querida gran amiga del alma que siempre vivirá en mi memoria y en mi corazón. Y a todas las mujeres españolas de las nuevas generaciones, para que sigan aprendiendo a deshacerse de los viejos, soeces y apolillados esquemas de hostilidad, de represión y de mediocridad.