Es habitual que en la vida seamos conscientes de las dificultades que existen cuando somos nosotros mismos quienes las sentimos. Es lógico, pues nada como ponerse en los zapatos del otro para entender realmente las dificultades que muchas personas tienen en su día a día y que, para nosotros, por suerte en muchos casos, pasan totalmente inadvertidas. 

Sin embargo, la sociedad debe hacerse cargo de la cantidad de complicaciones que tienen tantísimas personas, y que, en definitiva, potencialmente, lo son para el conjunto de ciudadanos. Independientemente de que nos afecten en primera persona o no, es necesario tomar medidas al respecto. 

He vivido en mi propia experiencia, y me sigue sucediendo, la dificultad para poder moverme estando embarazada. Y no me refiero a la que ya, de por sí, conlleva la gestación -sobre todo en los últimos meses- entendida en todas sus facetas y, especialmente, en la que implica los cambios físicos que te impiden desplazarte, sino a las dificultades añadidas que encuentras en el día a día y que, con un poco de interés y voluntad por parte de los distintos poderes públicos, serían fácilmente superables. 

Son múltiples las situaciones en las que me he preguntado dónde está el civismo. Desde el uso de transportes públicos en los que, doy fe, la gente está tan ensimismada, tan aislada de lo que ocurre a su alrededor, mirando las pantallas de sus teléfonos, que prácticamente nadie se percata de tu presencia, a pesar de tu barriga, hasta el momento en el que esperas tu turno en cualquier establecimiento. Y esto se resuelve con educación, sin duda. Porque en los transportes públicos hay asientos reservados para las personas con movilidad reducida, ya sea por motivos crónicos o temporales; otra cosa es que te encuentres esos espacios ocupados y tengas que pasar por el trago de pedirle a alguien que se levante para que puedas sentarte tú. Y lo he vivido. No una sino varias veces. 

En este sentido, simplemente una nota: el hecho de que las mujeres embarazadas deban ir sentadas, además de por su comodidad, responde a un criterio básico de seguridad. Un frenazo, una caída, un empujón puede tener consecuencias graves. 

Hay, además, como señalaba al principio, situaciones en las que no se facilita en absoluto el día a día de las gestantes ni de las madres o padres que tengan que moverse con niños que utilizan carrito. Concretamente, a la hora de aparcar. Existen, por ley, plazas reservadas a personas con movilidad reducida. Sí, esas plazas pintadas generalmente con color azul en la que puede verse el dibujo que describe a un usuario de silla de ruedas. Con esta señal se reserva este espacio a todas aquellas personas que tienen acreditada su condición (que no necesariamente han de usar silla de ruedas). Pero, ¿qué ocurre con aquéllas personas que, sin tener esa acreditación, tienen limitada su movilidad de manera temporal?. Seguramente alguien pueda decirme que lo lógico es que deban iniciar un proceso para solicitar esa acreditación por las vías y cauces administrativos oportunos. Sin embargo a mi me parece que sería saludable que, de facto, se reservasen espacios para quienes lo necesitan, sin más complicaciones. 

Y lo que digo no es ningún disparate. Porque ya empiezo a ver, sobre todo últimamente en estaciones de servicio (gasolineras), la señal que indica un espacio junto a la puerta dedicado a personas con movilidad reducida: el dibujo que muestra a un usuario de silla de ruedas, pero también a una embarazada o a un crío en un carrito de bebé. Se ven, pero poco. Y deberían verse más: en aparcamientos públicos, en grandes centros comerciales, en la propia calle (debería haber plazas reservadas a tal efecto cerca de las administraciones públicas y de las zonas de máxima afluencia en las ciudades). 

Y claro, deberían, una vez reservado este espacio, respetarse por todos los demás. El civismo al fin y al cabo es un compromiso que debe ser conjunto. Y créanme: estas medidas son muy necesarias, más de lo que probablemente muchos piensen. 

Un compromiso sencillo, asequible, y que no conlleva prácticamente coste alguno, facilitaría mucho, muchísimo, la vida cotidiana de tantísimas mujeres, madres y padres. Y en definitiva, una sociedad que piensa en el bienestar de los más pequeños, de sus familias, suele ser una sociedad que evoluciona en positivo, revirtiendo valores muy saludables para todos. Tanto para quienes necesitan hacer uso de estas medidas, como para quienes no.