Literatura experimental por fuera, cruda realidad por dentro. Cuando Luis Martín - Santos publicó la novela Tiempo de silencio en 1962, sorprendió con un escrito que se alejaba de los cánones entonces vigentes en las letras españolas, apegados a las tendencias italianas y estadounidenses, para adentrar a la literatura de nuestro país en la modernidad, con este texto que burló a una censura que no supo valorarlo. Sí conservó el espíritu de denuncia de la generación del 98, acercándose sobre todo a la expresividad del retrato social de Pío Baroja, y fijándose, con un estilo y estructura también muy próximos al Ulises de Joyce, en la historia de un científico investigador del cáncer, para reflejar otros cánceres que afectaban entonces a la sociedad española: la incultura y el analfabetismo, la opresión del sistema político, el pillaje, el incesto, la falta de ayudas públicas y oportunidades profesionales…

Tiempo de silencio es un dantesco mar de caras, un relato coral de una ciudad: Madrid. Combina una prosa visceral, irónica y, a veces, automática, con descripciones infinitas, detallistas y sórdidas de los ambientes de la calle, los burdeles, las chabolas… Todo lo que entonces nutría a la capital de una vida y un caos suburbano que permanecía latente, sin aflorar en el discurso oficial. Como la frustración y la desesperación. Se consigue reflejar, así, los contrastes de clase de la sociedad del momento. Además, Martín - Santos recurre al monólogo interior de los personajes para expresar algunas de las reflexiones e ideas fuerza del libro, acercándose al género ensayístico como testimonio y crítica social, y ofreciendo una visión pesimista del destino del hombre.

En 1986, Vicente Aranda llevó al cine la novela en una acertada versión que protagonizaron Imanol Arias, Victoria Abril o Charo López. Ahora, Rafael Sánchez, un director suizo-alemán descendiente de emigrantes españoles, debuta en nuestro país con un montaje que se atreve de nuevo con aquel icono de las letras españolas. Hasta el 17 de marzo se mantendrá en el Teatro de la Abadía de Madrid, cuyo director, José Luis Gómez, le encargó la adaptación del libro a Sánchez, una versión de aquel muy respetuoso con su esqueleto, y que mantiene a los personajes como narradores. Da, así, prioridad a la palabra, subrayándola también con una dramaturgia onírica que evita cualquier decorado y vestuario de época. Enfatiza también las conexiones del momento en el que se ubica Tiempo de silencio con el presente, sobre todo en cuanto al rol de las mujeres y la falta de apoyo que sufren los profesionales de la ciencia para desarrollar su trabajo.