Matilda, la última gran creación de Roald Dahl (1916-1990), cumple 30 años. Se publicó por primera vez, en 1988, en Londres, con ilustraciones de Quentin Blake, pareja creativa de Dahl desde hacía ya muchos años. Desde que el autor galés, dos veces ganador del premio americano Edgar Allan Poe, había decidido volcarse en la literatura infantil y juvenil ya de vuelta de haber escrito The Gremlins, la historia de una raza de personas diminutas que inspiró en su experiencia en la Segunda Guerra Mundial, y que Joe Dante llevaría al cine.

Dahl creaba y narraba historias, ahora, fantásticas y satíricas, con grandes dosis de humor negro, un estilo literario experimental y especialmente corrosivas para los adultos, con el fin didáctico de evitar que los niños adquirieran ciertos comportamientos. Creó, así, ilusiones con Charlie y la fábrica de chocolate, introduciendo elementos extraordinarios para explicar lo ordinario.

Matilda marcó un antes y un después en la literatura infantil. Se adaptó al cine, con el mismo título, en 1996, y se volvió un musical en 2010. Como tantas historias de Dahl, parte de lo cotidiano, de un territorio conocido para el lector. Cuenta la historia de una niña con una inteligencia excepcional y muchas ansias de aprender, y unos padres de vida insustancial y consumistas que la ignoran. Matilda vive una vida de clase media en Inglaterra con un montón de objetos, pero casi ningún libro. Suerte que encuentra a Miss Honey, su profesora, que descubre su talento y con quien escapa del mundo de los adultos. El desamor, el maltrato en la escuela o la incomprensión del mundo adulto pasan por la lupa de la letra de Dahl.