El mundo del vino se ha convertido en uno de los sectores más activos y productivos económicamente hablando para países como el nuestro. A su alrededor, se ha creado además toda una cadena que va más allá del aspecto relacionado con las ventas o las exportaciones. Un ejemplo de esto tiene que ver con el llamado turismo de experiencia, que ha llevado a muchas marcas, con más o menos nombre en el ámbito comercial, a organizar visitas guiadas por viñedos y bodegas e, incluso, a poner en marcha hoteles temáticos.

En estos tiempos de innovación y tecnología, como ha sucedido con otros sectores, también el vitivinícola se ha subido al carro de los avances... o viceversa.

Este gadget es, tal vez, uno de los que con más fuerza une ambas experiencias. Por una parte, porque centra su objetivo en el vino; por otra, porque su desarrollo es claramente innovador.

Se trata de Coravin, un artilugio cuya virtud es, grosso modo, permitir degustar el ansiado caldo sin necesidad de descorchar la botella. Lo primero que hay que aclarar es que no es un invento nuevo, ni mucho menos. De hecho, en la web de la empresa que lo comercializa, han lanzado ya varias versiones de un producto que apareció en el mercado por vez primera hace ya cuatro años.

A finales de los 90

La idea, no obstante, surgió en 1998 y se llegó al primer modelo después de años de pruebas piloto, de experimentar con diferentes gases y de varias catas a ciegas para comprobar si el vino perdía propiedades.

Cuando alguien en su casa abre una botella, o se la bebe entera, con la repercusión clara para la salud, o tras descorcharla y beberse una copa, el resto lo deja para días posteriores, con lo que el vino pierde algunas de sus cualidades.

El sistema que propone el invento se basa en una aguja muy fina (en realidad dos, una para vinos más antiguos, y otra para los de consumo más habitual) de acero inoxidable recubierto de teflón que es la que se inserta en el corcho.

Gas noble, incluido

La clave de todo el proceso se encuentra en el gas argón, que es el que permite que el vino (gracias a la presurización que logra) mantenga sus propiedades a lo largo del tiempo.

Sin duda alguna, muchos considerarán este gadget una de esas tonterías que derivan de los avances tecnológicos o, en el mejor de los casos, otro de esos inventos propios de la modernidad cuya utilidad ven sólo algunos. Y quizás la realidad tenga más que ver con esto último, porque para los entendidos en caldos, cuando en un restaurante piden una copa, notarán por su sabor y olor que la botella de la que procede no ha sido abierta en ese momento. Por ello, Coravin se antoja perfecto para establecimientos hosteleros en los que el buen vino es tanto o más importante que lo que acompaña.

Por cierto, hay que decir que no es barato y varía desde los 199 euros de su versión más módica, hasta los 349 euros de la premium.

Sea como fuere, este gadget parece ideal para aquellos que no dudan en pagar a veces precios estratosféricos a la hora de degustar un buen caldo; eso sí, que la botella en cuestión no haya sustituido el corcho por otro material para su cierre, porque entonces no funciona.